¿Sabemos algo de los efectos sobre la salud mental que se han producido por otras pandemias? Algunas, como las sucedidas en la Edad Antigua o la peste negra del siglo XIV en Europa, o las posteriores pandemias de peste bubónica en el siglo XVII, no nos han dejado información en tal sentido.  

Tras la pandemia de la gripe española, a la cual ya me he referido en otras entradas, los investigadores se dedicaron a identificar la naturaleza y el origen del virus. No obstante, transcurrieron décadas antes de que los virólogos pudieran realizar una secuencia y un análisis filogenético del virus de la gripe de 1918. A partir de 1995, el Dr. Jeffrey Taubenberger y su equipo llevaron a cabo la secuenciación del genoma completo a partir de tejidos de autopsia de archivo. No fue hasta 2006 que publicaron la tipificación del causante de la gripe española que fue un virus H1N1 de origen aviar.

En lo que se refiere a la investigación sociológica y psicológica de la pandemia, ésta fue prácticamente inexistente hasta la década de los 70, siendo el libro de Alfred Crosby “Epidemic and Peace: America’s forgotten pandemic” el que allanó el camino para la investigación de este aspecto a nivel internacional. Uno de los logros de este libro fue llamar la atención sobre el hecho de que la pandemia “desapareció” muy pronto como tema de conversación pública al poco de su finalización, e ignorada por revistas y libros de texto durante décadas. Para muchos historiadores, este silencio colectivo fue una parte importante de la propia historia de esta pandemia.

Posiblemente por esta causa, se realizaron pocos estudios acerca del impacto a largo plazo de la gripe española en la salud mental, aunque hay excepciones como la investigación llevada a cabo por el historiador y demógrafo noruego Svenn-Erik Mamelund, adscrito a la Universidad Metropolitana de Oslo.

Gracias a que los escandivanos siempre han sido buenos archiveros y meticulosos cronistas sociales, Mamelund ha investigado los registros de las hospitalizaciones psiquiátricas que se realizaron en Noruega entre 1872 y 1929. Ello le llevó a descubrir que el número de pacientes hospitalizados por vez primera con trastornos mentales atribuibles a haber sufrido la gripe aumentó un promedio de 7 veces en los seis años posteriores a la pandemia de gripe española.

Asimismo, señaló que los supervivientes de esa pandemia presentaban quejas de trastornos del sueño, depresión, distracción mental, mareos y dificultades para afrontar el trabajo. Por otra parte, en Estados Unidos, se halló una relación estadísticamente significativa entre las tasas de muerte por influenza durante los años 1918-1920 y el suicidio.

Este historiador confirmó lo que otros investigadores habían sospechado: la conexión entre la gripe española y un aumento pronunciado de las enfermedades neurológicas, y no solo de la misteriosa encefalitis letárgica, sobre la que ya he comentado. Entre otros síntomas se cita de nuevo la depresión, la neuropatía, neurastenia, meningitis, degeneración en las células nerviosas y disminución de la agudeza visual.

Historiadores médicos y sociales han rastreado las conexiones entre la pandemia de gripe española y la Primera Guerra Mundial, el otro evento catastrófico de la época. Parece claro que los esfuerzos de guerra agotaron al personal médico, ayudaron a diseminar el virus a través de la movilización de las tropas, creando las condiciones para la tragedia.

Por lo que respecta a la salud mental, el registro histórico muestra que la pandemia, al igual que la guerra, afectó a la capacidad de recuperación emocional de aquellos que ni siquiera estaban en peligro. La pérdida masiva y repentina de vidas sumió a muchas personas en un estado crónico de impotencia y ansiedad: gran parte de la población se vio afectada por la pérdida de seres queridos, padres que perdían a un hijo (o varios) y niños de repentinamente se hallaron huérfanos. Todo ello contribuyó a la experiencia de ira, culpa, confusión y abandono entre los supervivientes… Incluso los profesionales de la salud no fueron inmunes a tales sentimientos.

Si la historia nos enseña algo es que debemos extraer lecciones del pasado. Los seres humanos se han enfrentado en muchas ocasiones a grandes extensiones de enfermedades infecciosas… y el ejemplo de la gripe de 1918 a 1929 nos da razones para pensar que la pandemia actual traerá consigo su propio conjunto de desafíos de salud mental, tanto para la población general como para los médicos que cuidan de ella.