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En los hombres, la disfunción eréctil y la eyaculación precoz. En las mujeres, la anorgasmia, o el deseo sexual inhibido.
No obstante, algunos hombres también manifiestan un bajo deseo sexual, normalmente atribuible a circunstancias de estrés.
La terapia de pareja consiste en un tipo proceso terapéutico dirigido por un especialista, normalmente psicólogo o psiquiatra. El objetivo de dicho proceso es ayudar a las parejas de cualquier condición a resolver los problemas en su relación en afán de mejorar la misma. Mediante la terapia de pareja, tomarán las medidas adecuadas para la reconstrucción de la relación o la finalización de esta.
Realmente hay que tener claro que no vale la pena pelear por todo. Seguro que su sentido estético y el de sus hijos son claramente dispares, pero su vestimenta actual no será una opción que ponga en peligro su salud o su futuro.
Lo auténticamente importante es no aceptar opciones que limiten el futuro de su hijo, pongamos por ejemplo, el consumo de tabaco u otros tóxicos, el abandono de los estudios antes de tiempo. Es importante hablar con los hijos adolescentes sobre las consecuencias de las decisiones que toman y que pueden representar una gran diferencia para su vida futura.
Esta es una pregunta que depende de distintas variables: la propia edad y estado de maduración del adolescente, lo que cada uno considere razonable –sin dejarse influir por el “a todos les dejan”- el nivel de responsabilidad del hijo, la posibilidad de peligro real.
Como ejemplo, no es lo mismo que un jovencito de trece o catorce años quiera ir al cine con sus amigos por la tarde, que a la misma edad exija realizar salidas nocturnas volviendo a casa de madrugada. En cualquier caso es un problema de sentido común y negociación.
En realidad, la adicción a internet todavía no está “catalogado” como un trastorno psiquiátrico, aunque en problema existe, especialmente en población adolescente.
Nos referimos a ella cuando una persona (sea de la edad que sea, aunque es más frecuente en la población adolescente) restringe el tiempo que dedica a sus obligaciones y a otras actividades por el hecho de estar permanentemente conectado al ordenador, teléfono, tableta, etc… Ello suele generar problemas en el entorno doméstico, una disminución del rendimiento académico, y una especie de estrechamiento de la percepción del mundo exterior.
El criterio está definido por la existencia de conductas objetivas de maltrato, que tangan un carácter continuado, repetitivo y sistemático.
También hay que tener en cuenta que existen situaciones que llevan a algunas personas a sentirse acosadas sin que lo estén siendo. No es suficiente la sensación subjetiva. La forma de objetivar estas conductas variará en función del tipo de conducta que sea.
Sería difícil enumerarlas todas, pero nosotros distinguimos diferentes fuentes: causas individuales, del grupo, de la organización, del ambiente físico del trabajo y por último circunstancias ajenas a la organización.
Destacaremos entre las causas individuales: los conflictos por el desempeño del rol (ya sea porque las expectativas y las demandas de trabajo sean incompatibles entre sí) o bien por la ambigüedad del rol (al no contener las expectativas y demandas información suficiente).
Hace referencia a las situaciones de estrés laboral, también se conoce como el “síndrome del trabajador quemado”. Se produce cuando existe una notable discrepancia entre las demandas del ambiente y los recursos de la persona para hacerles frente, siendo la respuesta adaptativa del organismo insuficiente para hacer frente a la situación.
A pesar de la preparación y cualificación técnica de un profesional, éstas pueden no ser suficientes para afrontar circunstancias de su trabajo, dando lugar a la aparición de síntomas emocionales que conllevan un sentimiento de fracaso personal e incapacidad.
Hoy en día no existe cura para la esquizofrenia, aunque con el tratamiento y el control adecuado se puede conseguir una estabilización de la enfermedad. Para ello también son muy importantes el soporte familiar y psicosocial, así como evitar los factores de riesgo como el consumo de drogas.
Los ya descritos para las psicosis: trastornos sensoperceptivos, delirios, desorganización conductual. En la esquizofrenia además se hace una distinción entre:
Síntomas positivos (aunque no en el sentido ordinario de la palabra positivo), sino que hace referencia a aquellos elementos que no se presentan en un funcionamiento cerebral normal, es decir que representan una distorsión de las funciones mentales: ideas delirantes, delirios más o menos estructurados y trastornos de la sensopercepción, como ilusiones o alucionaciones.
– Síntomas negativos: aquellos que representan un déficit o una hipofunción: apatía, abulia o falta de motivación, anhedonia, aislamiento social.
– Síntomas cognitivos: aunque no haya una disminución de la inteligencia, sí que aparecen problemas a nivel de razonamiento, distraibilidad, fatiga mental y en casos más graves, bloqueos.
– Síntomas de la afectividad: aplanamiento o incongruencia afectiva, desmoralización e incluso cuadros depresivos de los llamados post-psicóticos.
La edad de inicio de la esquizofrenia suele ser entre los 16 y los 30 años, aunque los hombres tienden a experimentar los síntomas un poco antes que las mujeres. En algunos casos se evidenciaban alteraciones en el funcionamiento global previas a la aparición de los síntomas prodrómicos (iniciales) pero en otros la integración de la persona era normal.
En la mayoría de los casos no se desarrolla la enfermedad más allá de los 40 o 45 años. Es poco frecuente en niños, pero se está alertando de la aparición de trastornos psicóticos y esquizofrenia en la infancia.
Un brote psicótico significa la eclosión de síntomas de este tipo. Puede presentarse en pacientes que sufren de esquizofrenia, o bien por otras razones o causas como una intoxicación por drogas, especialmente en aquellas que afectan sistemas de neurotransmisión de las catecolaminas.
Es decir, un brote psicótico sería similar a un “síndrome febril”: los síntomas pueden ser similares, pero la causa que los ha originado determina el pronóstico, en el caso de tratarse de un brote psicótico en el contexto de sufrir una esquizofrenia, el pronóstico es sustancialmente diferente.
La esquizofrenia ha afectado a la humanidad a lo largo de toda su historia. Esta enfermedad afecta a hombres y mujeres por igual, y se dan índices similares en todos los grupos étnicos humanos alrededor del mundo.
En realidad la palabra esquizofrenia quiere decir “mente escindida” lo que da origen a una confusión en cuanto a que las personas que padecen de esquizofrenia vendrían a presentar una especie de “doble personalidad”.
La esquizofrenia es una enfermedad mental producida por un trastorno cerebral crónico y severo, que puede llegar a ser incapacitante. Lo sufre alrededor del 1% de la población general.
Lo psicótico hace referencia a la psicosis que es un término genérico utilizado en psiquiatría en referencia al estado mental en el que hay una pérdida de contacto con la realidad. Las personas que padecen psicosis pueden experimentar trastornos sensoperceptivos (alucinaciones o ilusiones), trastornos del pensamiento (ideas delirantes o desorganización del pensamiento) así como cambios en la personalidad y la conducta.
Las psicosis pueden ser producto de un trastorno orgánico (como una intoxicación o una enfermedad neurológica) o bien presentarse en las hasta ahora llamadas psicosis funcionales, como la esquizofrenia.
Lo obvio, que persiste el malestar con las consecuentes limitaciones en la vida social y laboral, ya que el pensamiento obsesivo genera una gran ansiedad e intranquilidad interna y los rituales y compulsiones hacen que el paciente invierta una gran cantidad de tiempo al día para su realización.
Además, sin tratamiento es fácil que el TOC se combine con un estado de ánimo depresivo, una restricción social marcada y un agotamiento mental severo.
Desde luego, algunos antidepresivos especialmente aquellos que mejoran la actividad de la serotonina son altamente eficaces, sobre todo si se combinan con las técnicas de terapia cognitivo-conductual.
No, obviamente no. No todos los comportamientos repetitivos son compulsiones. Aquellas rutinas que hacemos para nuestro aseo personas, para ir a la cama, o para los aprendizajes que impliquen una repetición (recordemos las tablas de multiplicar).
Son comportamientos realizados de forma repetitiva que el paciente ejecuta para neutralizar, disminuir o hacer que las obsesiones marchen. Por ejemplo, un paciente con pensamientos obsesivos frente a la contaminación puede hacer rituales de limpieza como lavarse las manos tantas veces y de forma tan escrupulosa que se provoque lesiones abrasivas por los detergentes que utiliza.
En realidad, la persona se da cuenta de que las compulsiones son un remedio temporal, pero a falta de otra solución la realizan como una válvula de escape.
En ocasiones las compulsiones puede no ser acciones visibles sino tratarse de otros pensamientos o lenguaje interno (contar un número determinado de veces, decir una fórmula tranquilizadora o buscar un “pensamiento talismán”).
También entre las compulsiones podemos considerar aquellas conductas de evitación que el paciente realiza para tratar de eludir situaciones que podrían desencadenar la ansiedad.
Las personas que sufren TOC pueden padecer de:
– Pensamientos o imágenes repetitivas como miedo a los gérmenes o a la contaminación, incomodidad exagerada frente al desorden, repugnancia a la suciedad, temor a realizar cosas que no quieren, temores exagerados frente a los desconocidos, conflictos con creencias religiosas, entre otros. Dichos pensamientos no son controlables por el paciente.
– Para librarse de la angustia de lo anterior realizan los mismos rituales una y otra vez tales como lavarse las manos, abrir y cerrar puertas, contar, guardar artículos innecesarios, o repetir los mismos pasos una y otra vez. Dichos actos no proporcionan placer, pero se obtiene un levísimo alivio inicial frente al pensamiento obsesivo.
Las estimaciones indican que alrededor del 1% de los adultos padecen este cuadro clínico. En niños y jóvenes se situaría la incidencia alrededor del 0,5%, lo cual si las consideramos en valor absoluto resultan cifras elevadísimas de afectados.
El Trastorno Obsesivo Compulsivo (TOC) es una enfermedad real que se origina por una disregulación de circuitos neurobioquímicos. Consiste en la iteración de pensamientos e imágenes que se le presentan al paciente de manera intrusiva y que le generan inquietud, y en la realización de comprobaciones y rituales para intentar disminuir el malestar asociado.
Hasta hace poco el Trastorno Obsesivo-Compulsivo (TOC) se clasificaba dentro de los trastornos de ansiedad. Sin embargo, sus especiales características han hecho reconsiderar esto y se ha creado una categoría propia que reúne a este trastorno y un grupo de cuadros clínicos relacionados.
No, según la presentación y la intensidad de las fases, se consideran diferentes subtipos:
– Tipo I: se trata de la forma clásica, con fase maníacas intensas y cuadros depresivos, también intensos. En las fases maníacas la grandiosidad es tal que pueden aparecer delirios (por ejemplo, creer que se poseen poderes especiales). En las fases depresivas existe tristeza intensa, apatía, lentitud de movimientos, ansiedad, insomnio y pérdida del apetito; en estas también pueden aparecer síntomas psicóticos pero en forma de delirios de culpa, ruina o hipocondría.
– Tipo II: se caracteriza por depresiones intensas y fases de euforia moderadas que se denominan hipomanía. Pueden aparecer síntomas psicóticos pero tienen que estar asociados a las fases depresivas. Las fases de euforia moderadas a veces parecen un cambio temperamental o de carácter.
Para complicarlo más en un 30% de las personas que tienen un Trastorno Bipolar los síntomas característicos de la manía y la depresión aparecen mezclados; estas fases se denominan fases mixtas.
Por últimos en función del número de fases que aparezcan se habla de ciclación rápida, si han acaecido cuatro o más fases en el período de un año.
El riesgo que cualquier persona tiene de tener un hijo con Trastorno Bipolar es alrededor de un 1%, este riesgo se eleva cuando uno de los padres sufre de un Trastorno Bipolar hasta el 6-8% según estudios. Cuando ambos padres lo sufren, la probabilidad de que el hijo lo herede aumenta hasta el 16%.
En general, no se desaconseja tener descendencia a las personas que sufren Trastorno Bipolar, ya que la enfermedad puede controlarse y el riesgo estadístico se considera bajo.
La manía consiste en una elevación anómala del estado anímico, que constituye una de las fases (la opuesta a la depresión) del Trastorno Bipolar.
No debe confundirse la manía o un estado maníaco con algunos rasgos obsesivos (conductas reiterativas o preocupaciones repetidas) como la obsesión por el orden y la limpieza (“es un maniático del orden”) o términos como piromanía (que es un trastorno psicológico del control de los impulsos que produce un gran interés por el fuego y su provocación), cleptomanía (también es un trastorno del control de los que lleva al robo compulsivo de cosas).
Si un paciente con Trastorno Bipolar recibe sales de litio como tratamiento, se determina la concentración del mismo (litemia) ya que la dosis que precisa cada persona es diferente, y dependerá de factores como la edad, el sexo, la masa muscular o el volumen de distribución, el funcionamiento renal, la sudoración entre otros.
Con la determinación de la litemia se controlan los valores del ion litio en sangre, lo que permite ajustar la dosis personalizándola; los niveles excesivamente bajos no son eficaces mientras que los niveles muy altos pueden resultar tóxicos.
No, esta es una confusión frecuente. Las sales de litio son un tratamiento muy eficaz para la prevención de presentación de fases en el Trastorno Bipolar, y también como tratamiento de las fases maniformes.
Es decir, el Trastorno Bipolar se trata con litio, no está producido por falta de litio, de la misma forma que la cefalea no está producida por un “déficit de paracetamol o de aspirina”.
El Trastorno Bipolar tiene un tratamiento psicofarmacológico fundamental, pero sin olvidar que precisa también un soporte en cuanto a aspectos psicológicos y psicoeducativos, tanto para el paciente como para su entorno, para afrontar las dificultades que conlleva sufrir esta enfermedad.
Un paciente que sufra un Trastorno Bipolar, puede, con el tratamiento adecuado, llevar una vida totalmente normal.
Ello no contradice que algunos casos dicho objetivo no se consiga totalmente, o bien por determinadas características clínicas, complicaciones como situaciones de adicción, o bien aspectos psicosociales, que dificulten la total compensación del cuadro.
Con el estado actual de conocimientos el Trastorno Bipolar no es una enfermedad curable (es decir que desaparezca la enfermedad con un tratamiento).
Sin embargo, los tratamientos actuales si pueden conseguir una compensación clínica completa (que no se presenten nuevas fases ni depresivas ni maniformes) o cuando menos una disminución en la frecuencia e intensidad de los síntomas.
El Trastorno Bipolar es una enfermedad en la que están afectados los mecanismos de bioquímica cerebral que regulan las emociones y el estado de ánimo. Puede afectar al 2% de la población, no habiendo diferencia entre hombres y mujeres en cuanto al número de casos.
En absoluto, o al menos no, con solo esos datos. El Trastorno Bipolar consiste en la presentación alterna de fases depresivas con otras fases de exaltación del estado de ánimo, que llamamos “manía” o “hipomanía”, según la intensidad.
No hablamos de imperfección en el carácter, de volubilidad o de situaciones de debilidad personal, sino de una afección grave de la salud.
Porque el mecanismo de acción de algunos antidepresivos (no todos ellos) mejora la eficacia de la neurotransmisión y de ello resulta un beneficio a largo plazo en muchos de los diagnósticos de ansiedad.
En función del tipo de trastorno de ansiedad que se padezca puede precisar un tratamiento farmacológico con ansiolíticos (benzodiacepinas) o con algún antidepresivo.
Si se administran correctamente no hay ningún riesgo de adicción. Por otra parte, la tendencia habitual de consumo de los pacientes que sufren ansiedad es la de disminuir las dosis de tratamiento, no aumentarlas.
Los fármacos ansiolíticos más utilizados son las benzodiacepinas. El mecanismo de acción de todas ellas es similar, teniendo efectos sedante, ansiolítico, miorrelajante y anticonvulsivante.
Por lo general, puede haber una tolerancia para el efecto sedante, no así para los otros efectos (incluyendo el efecto ansiolítico) excepto para aquellos fármacos de vida media muy corta.
Si se prescriben adecuadamente (dosis, tipo de producto, diagnóstico y objetivo terapéutico) el potencial adictivo es bajísimo o casi nulo. Lamentablemente la opinión generalizada contradice esta evidencia.
La asertividad (o afirmatividad) es el modelo de relación interpersonal en el que se reconocen y defienden los propios derechos, respetando a los demás. La persona no agrede pero tampoco se somete a la voluntad de otras personas, sino que manifiesta sus convicciones y defiende sus derechos.
En muchos cuadros de ansiedad y también en determinadas formas de depresión, apreciamos que los pacientes ejecutan conductas poco asertivas.
La diferencia estribaría no sólo en la intensidad de los síntomas (leves para la timidez) y más graves e incapacitantes para la fobia social, sino también en una diferencia cualitativa.
La persona tímida puede que no se vea a sí misma competente en situaciones sociales pero acepta dicha característica sin que afecte a su estado anímico e incluso no le resulta agradable la interacción social, aunque no sea “el rey de la fiesta”. Sin embargo, aquellos que padecen fobia social sufren terror ante las mismas, están permanentemente preocupados por cualquier relación cotidiana por lo que establecen alambicadas conductas de evitación, sufriendo una baja autoestima y sintomatología depresiva secundaria.
A nivel diagnóstico son dos categorías diferentes, aunque están muy relacionadas.
Las personas que experimentan crisis de pánico pueden llegar a sufrir agorafobia por el simple hecho de tener miedo a padecer crisis en algún lugar en el que las ha sufrido anteriormente.
Por otra parte, muchas de las personas que diagnosticamos de agorafobia en algún momento de su vida padecieron crisis de pánico, aunque ya no se presentes éstas de forma espontánea.
Las crisis o ataques de pánico que sensaciones repentinas de terror sin un peligro aparente. La persona puede experimentar además síntomas físicos como taquicardia, dolores en el pecho, dificultad para respirar, molestias abdominales, debilidad y mareo, sudoración, escalofríos y hormigueo en las extremidades, entre otros. Asimismo, estas todo esto se acompaña de una percepción de pérdida de control o de muerte inminente.
Agorafobia, etimológicamente quiere decir “miedo a los espacios abiertos”. Sin embargo, por inclusión en psiquiatría llamamos agorafobia al trastorno en el que existe un miedo y ansiedad intensos por el hecho de encontrarse en lugares de donde es difícil salir o donde no se podría disponer de ayuda. Normalmente involucra a encontrarse en lugares donde hay una multitud, algunos espacios abiertos como puentes, carreteras desérticas, pero también espacios cerrados como túneles, ascensores.
En general no podemos dar una respuesta clara, en algunos casos puede existir un condicionamiento, y en otros se desconoce la causa aunque lo habitual es que se desarrollen en la niñez o en la juventud.
El tratamiento de las fobias es necesario cuando éstas interfieren en la vida del sujeto, ya sea por lo común que es el estímulo fóbico o bien por la intensidad de la reacción ansiosa del paciente que las padece.
Así es, para la mayoría de los trastornos de ansiedad las mujeres presentan una prevalencia superior (el doble, y en algunos casos por encima), excepto para la fobia social, cuya prevalencia es muy ligeramente superior en mujeres.
La razón no está explicada totalmente. Se habla de factores genéticos, hormonales e incluso ligados a los roles sociales masculino y femenino: la independencia, el nivel de actividad y la asertividad, constituyen factores protectores frente a la ansiedad.
No, los trastornos de ansiedad y los trastornos depresivos son diferentes patologías, aunque en muchos casos los pacientes presentan secundariamente síntomas de ambos grupos.
En los trastornos de ansiedad se prescriben antidepresivos por su capacidad de regular determinados neurotransmisores (básicamente el neurotransmisor serotonina), esencial para la mejoría clínica de dichos cuadros.
Básicamente hay dos grandes grupo de medicaciones para la ansiedad: los ansiolíticos (generalmente de un grupo llamado benzodiacepinas) que calman la ansiedad de forma rápida, y algunos de los fármacos comercializados como antidepresivos, que tienen un efecto de regulación en los sistemas de neurotransmisión y actuar sobre los síntomas de la ansiedad.
En cuanto a los segundos, no producen adicción. Las benzodiacepinas se suelen recetar en períodos más cortos de tiempo, por su potencial riesgo adictivo, aunque repito potencial, ya que normalmente no se produce un escalado de dosis para alcanzar los efectos, que es lo que definiría a fármacos adictivos, salvo en grupos muy concretos de población (personas con adicciones previas a alcohol u otras sustancias).
En absoluto. El trastorno de pánico es una enfermedad real que puede llegar a ser muy incapacitante, aunque afortunadamente se puede tratar. Se caracteriza por ataques repentinos de miedo o incluso terror, habitualmente acompañados por fuertes latidos fuertes del corazón, sudoración, temblores, debilidad, mareos o desfallecimiento.
Durante estos ataques, las personas con trastorno de pánico pueden acalorarse o sentir frío, sentir un hormigueo en las manos o notarlas adormecidas, también tener náuseas y otras molestias digestivas y sobre todo sensaciones de dolor en el pecho o sensación de asfixia, que les lleva a pensar en una enfermedad fulminante. Los ataques de pánico usualmente producen una sensación de irrealidad, miedo a una fatalidad inminente, o miedo de perder el control.
Las personas con trastorno de ansiedad generalizada (TAG) están permanentemente preocupadas y viviendo tensiones exageradas, incluso cuando haya poco que las provoque. Estas personas sufren porque anticipan desastres en su vida diaria, por temas de salud, dinero, problemas familiares o dificultades laborales.
En muchas ocasiones las palabras ansiedad y estrés se utilizan como sinónimos. La ansiedad es una reacción emocional de alerta frente a una amenaza, mientras que el estrés es el proceso (más amplio) de adaptación al medio.
Normalmente, el lenguaje cotidiano se confunde el término estrés (que es un proceso de adaptación) con la demanda ambiental que sufre un sujeto, y también con la respuesta del organismo ante dicha demanda. El estrés es el mecanismo o proceso por el que un sujeto se adapta a las demandas de su medio, si fracasa este mecanismo pueden producirse reacciones de ansiedad.
Extraordinariamente frecuentes, aunque varía según los estudios epidemiológicos, los más recientes nos señalan que la prevalencia-año para cualquiera
Actualmente la clasificación de los trastornos de ansiedad distingue entre las fobias, el trastorno de ansiedad generalizada, el trastorno por crisis de pánico, el trastorno de ansiedad social y los trastornos por estrés (agudo y postraumático).
El trastorno obsesivo-compulsivo, que era considerado un trastorno de ansiedad, se ha “desgajado” de esta clasificación a partir de 2013, por sus particulares características.
Siendo académicos, podemos definir que la ansiedad normal es el conjunto de respuesta adaptativas ante un estímulo que es amenazador para la integridad –física o psíquica- del sujeto.
En el mismo sentido, se definiría como ansiedad patológica cuando:
– La respuesta ansiosa es desproporcionada al estímulo que la provocó.
– Se produce una respuesta de ansiedad sin que haya un estímulo aparente.
– Persisten los síntomas de ansiedad más allá del acontecimiento que los ha desencadenado, cuando la alerta ya ha cumplido su función.
Los trastornos de ansiedad se clasifican en función de estas variables.
La ansiedad es un estado emocional que surge cuando una persona se siente en peligro, sea dicho amenaza real o imaginaria. Este estado, puede acompañarse de determinadas percepciones físicas, ya que ante una situación de alerta el organismo pone en funcionamiento diferentes cambios fisiológicos modulados por el sistema nervioso central.
Por tanto, podemos considerar que hay una “ansiedad normal” ya que ante determinadas situaciones constituye una respuesta habitual e incluso deseable para el manejo de las exigencias del día a día.
El mecanismo de acción de los antidepresivos (o sea su farmacodinamia) es diferente según el tipo de producto. En general, actúan promoviendo una mejora de la neurotransmisión, ya sea en el sistema serotoninergico o en el sistema noradrenérgico o en ambos.
En realidad son fármacos muy seguros, lo que no equivale a decir que estén exentos de efectos adversos. Por ello, la medicación antidepresiva (en realidad cualquier medicación) debe ser prescrita por el médico que entiende de la patología a tratar, en este caso el psiquiatra.
El especialista debe conocer las características de los compuestos que prescribe, sus interacciones con otros fármacos y explicar cuidadosamente al paciente que posibles efectos secundarios puede percibir. Para ello, se establecerá una comunicación fluida y los adecuados controles periódicos.
Hay personas que padecen varios episodios depresivos a lo largo de su vida. Hay otras que han padecido un solo episodio y no han tenido recaídas posteriores.
En el caso de sufrir una depresión de tipo recurrente, se debe seguir escrupulosamente el tratamiento para evitar dichas repeticiones. Por otra parte, la toma de medicación antidepresiva, a las dosis y durante un período de tiempo adecuados, así como la realización de psicoterapia en caso de necesitarla, evitaría en muchos casos una evolución tórpida hacia la cronicidad.
Si, las depresiones pueden curarse, pero para ello hay que realizar un tratamiento farmacológico (en la mayoría de los casos). Un cuadro depresivo sin tratamiento tiende a empeorar siendo su pronóstico desfavorable.
Por otra parte, hay que considerar que dentro de los diferentes subtipos de depresiones existen algunas que tienden a repetirse, lo que obliga a un planteamiento terapéutico cuidadoso y especial. La mayoría de las recaídas de los trastornos depresivos tienen que ver con un incumplimiento incorrecto del tratamiento.
En realidad, no, pero hay que hacer unas matizaciones. Los síntomas de ansiedad pueden acompañar a cuadros primariamente depresivos, y asimismo, cuando una persona sufre de ansiedad por un largo período de tiempo puede coexistir un estado de desmoralización que se asemeje a una depresión (que entonces llamamos secundaria).
El error en considerar que se trata del mismo trastorno procede de esta imbricación de la sintomatología y también del hecho de que a nivel farmacológico muchos de los trastornos de ansiedad se benefician de un tratamiento farmacológico con antidepresivos.
No, lo que llamamos trastornos depresivos son cuadros heterogéneos. Actualmente (criterios DSM.5) se reconocen hasta ocho tipos de trastornos dentro de los “Trastornos Depresivos” y cada uno de ellos cuenta con especificaciones y subtipos.
Por tanto, los trastornos depresivos abarcan desde cuadros “aparentemente” leves o moderados pero de curso crónico hasta una clínica intensa, grave, invalidante y que compromete el funcionamiento del paciente en todas las áreas.
Pues sí, la depresión es una enfermedad, ya que así lo considera la Organización Mundial de la Salud. Por si fuera poco, actualmente ya representa la segunda causa de incapacidad en el mundo, según estudios de la propia OMS, y se cree que en 2030 alcanzará el primer puesto.
Entre el 8 y el 15% de las personas sufrirán de depresión a lo largo de su vida. Esto representa una elevadísima prevalencia y todo un reto para los gestores en salud, debido a las graves repercusiones a medio y largo plazo, tanto individuales, como familiares, laborales y sociales.
Dependerá del tipo de patología y de la evolución. Lamentablemente algunas condiciones psiquiátricas son crónicas, por lo que su tratamiento y seguimiento será a muy largo plazo, lo cual no contradice el que se pueda llevar una vida estrictamente normal. En otros casos, solo se requerirá un breve tiempo para resolver un problema o un estado de malestar pasajero.
No necesariamente. Si bien es cierto que la psicofarmacología representa una herramienta importante, no siempre el tratamiento consistirá en la prescripción de fármacos. Lo esencial de todo tratamiento es haber realizado el diagnóstico más cuidadoso, y así poder plantear la estrategia terapéutica más efectiva.
En general, yo recomendaría que la evaluación inicial la realiza un psiquiatra, ya que al tratarse de un médico su visión incluirá tanto los aspectos médico-biológicos como los emocionales y conductuales.
Ello no implica que el paciente tenga muy claro que su problema requiera de psicoterapia, en cuyo caso puede solicitar la atención de un psicólogo clínico directamente.
No obstante, un error muy frecuente y reduccionista es pensar que el psiquiatra sólo prescribe fármacos y el psicólogo es “para escuchar”. En realidad ambos deben trabajar estrechamente para fomentar la salud y el bienestar del paciente.