Recientemente he leído un artículo en un diario de difusión nacional, en el que algunos especialistas en salud mental se preguntaban si no se está hablando «demasiado» acerca del tema.

El artículo puede encontrarse en este enlace. Realmente aporta puntos de vista diferentes y controvertidos, pero lo que sí creo que es cierto, como profesional que atiende a pacientes diariamente, es que a pesar de las campañas de difusión, no se si existe una auténtica concienciación del sufrimiento real de los pacientes, que se «entiende lo que se entiende» y que ahora no es mucho más de lo que entendían las familias o el público en general cuando yo me iniciaba en la especialidad, y que el estigma persiste. Es decir, a veces el diagnóstico es un arma arrojadiza contra el paciente que le invalida en sus opiniones o en sus acciones…

Para muestra varios «botones», cosas que se dicen alrededor de la patología tan común como es la DEPRESIÓN. Lo terrible de estas ideas preconcebidas es que pueden dificultar que los pacientes que la sufran soliciten ayuda para su trastorno, ya que la propia persona o su entorno pueden tener estas creencias. En ocasiones, la información parece como una bruma que desdibuja el auténtico paisaje de la enfermedad. 

 

Falsedad 1:

“La depresión es una forma de debilidad personal”

Es decir, quien piensa esto afirmaría que sólo la sufren aquellas personas que son débiles, inmaduras, y que no tienen otros problemas. Esto puede ir acompañado en aseveraciones tales como: “Yo no creo en la depresión” o bien “Yo me curo mis depresiones, pues sé lo que me pasa».

Realidad:

La depresión es una enfermedad real. Puede afectar a una de cada cuatro personas a lo largo de la vida y esas personas tendrán todo tipo de variables de personalidad. En la historia, sujetos extraordinariamente relevantes han sufrido cuadros depresivos, como Abraham Lincoln y Winston Churchill.

Por último, la OMS en su clasificación de enfermedades reconoce los estados depresivos como tal (de hecho les dedica 19 categorías diagnósticas) en su última revisión CIE-10 (1992).

Por otra parte, conocer lo que uno tiene no habilita para que curemos la enfermedad. Si nos fracturamos una pierna a nadie se la ocurre pensar que sabiéndolo, la pierna se restablecerá y ya está.

 

Falsedad 2:

“La depresión es un simple estado de la mente”

Basta con que la persona “piense positivamente” para que desaparezca, por tanto si está deprimido es que no se esfuerza en cambiar su ánimo.

 Realidad:

La depresión es una enfermedad real que ocurre en el cerebro. Decirle a alguien que “piense en positivo” para curar su depresión es como pedir a un enfermo con diabetes que se concentre en que su páncreas secrete más insulina para cambiar las concentraciones de azúcar en sangre… Y si no lo consigue, es que no se esfuerza.

Falsedad 3:

La depresión sucede cuando hay un problema, normalmente sentimental, económico o de salud”.

Es decir, que si alguien no ha sufrido uno de estos reveses, no tiene porqué tener depresión, tiene … tontería.

Realidad:

La depresión puede afectar a las personas al margen de sus circunstancias ambientales y sus problemas.

La tríada “Salud, dinero, amor”, no garantiza la salud psíquica. Repito que la depresión afectará a una de cuatro personas a lo largo de la vida y entre los afectados nos encontraremos con gente adinerada, gente saludable y gente querida.

Aunque es cierto que los problemas ambientales pueden funcionar como factores precipitantes, desencadenantes o mantenedores de los padecimientos psíquicos, ello no implica que sean la causa última de un cuadro depresivo.

La diferencia estriba en que parece más “comprensible” que una persona esté triste o abatida cuando identificamos un problema que a todos nos preocuparía.

Falsedad 4:

“Los medicamentos para tratar la depresión son adictivos, cambian la personalidad por tanto es mejor no tomar antidepresivos”. 

Realidad:

Los medicamentos antidepresivos no causan adicción, ni por supuesto cambian las personalidad de quien los usa.

Al contrario, al estabilizar el estado anímico del paciente, la persona se reconoce más a si misma. No entorpecen el juicio, ni por supuesto les hacen ver “la vida de color de rosa”. El epíteto “la píldora de la felicidad” no puede atribuirse a un antidepresivo (aunque el término se puso de moda en los medios tras la comercialización de la fluoxetina ó sea el Prozac) (De la utilización de ese adjetivo me gustaría escribir en otra ocasión).

Falsedad 5:

“Las personas con enfermedad mental como depresión, pueden ser peligrosas”.

Es frecuente que cuando salta una noticia que implica víctimas de la violencia ejercida por un sujeto, se especule sobre la salud mental de este último. Y con mucha facilidad se utiliza la palabra “depresión”.

 Realidad:

De acuerdo con las investigaciones sobre agresividad, quienes sufren de enfermedad mental no tienden a ser más violentos que la población general, y mucho menos los pacientes depresivos.

Yo creo que el problema parte en la dificultad que tenemos los humanos para entender la violencia y la maldad, entonces “nos tranquiliza” el pensar que esa violencia es propia de aquel que tiene una enfermedad psíquica, y por tanto el resto estamos libres de ella.

 

Falsedad 6:

“Las personas con depresión no pueden ocupar puestos de gran responsabilidad o exigencia”

Esta afirmación está claramente relacionada con la leyenda 1. Si se supone que el paciente con depresión es una persona débil, ¿Cómo va a ocupar un puesto de responsabilidad?

Realidad:

Quienes sufren de depresión pueden ocupar –y ocupan- puestos importantes y de responsabilidad ¿He mencionado ya a Lincoln y a Churchill? Y ambos en una época donde no existía tratamientos eficaces frente a la depresión.

Si quien sufre una depresión está debidamente atendido desde el punto de vista médico, el trastorno del ánimo no tiene por qué afectar su desempeño profesional, y su capacidad vital.

Y hay más, y ya se ve que algunas son incongruentes con las otras, pero han formado y todavía forman parte de las creencias populares acerca de la depresión.

 

Por otra parte, también observo una tendencia al sobrediagnóstico del cuadro. Personas que no sufren de «depresión» se les indica que la tienen. No digo que estas personas no padezcan algún distréss psíquico, pero si hay algún acontecimiento vital explicativo, este diagnóstico es el más socorrido.