El virus SARS-CoV-2 ha trastocado la vida del planeta desde poco mas de dos años. Como ya sabemos todos (creo) se trata de un virus RNA (es decir que su material genético está formado por ácido ribonucleico) y una de las características de estos virus es que experimentan una alta tasa de mutaciones genéticas porque las polimerasas ARN o transcriptasa inversa que portan son propensas a cometer errores en la replicación. De hecho, de todos la “vida” del planeta los virus RNA son el segundo grupo biológico que muta de forma mas rápida (solo después de viroides y virusoides).

Pues bien, el coronavirus pandémico ha ido mutando y esas mutaciones de interés, han recibido nomenclatura de letras griegas, alfa, la primera, delta y delta plus, muy graves y ahora estamos en la ómicron, sumamente contagiosa. A su vez ha dado lugar ha subvariantes y en estos momentos es la predominante en el planeta… ¡que mareo!

Al parecer existen evidencias de que el coronavirus variante ómicron causa una enfermedad menos grave. Sin embargo, de sus treinta y pico mutaciones la mayoría se sitúan en la proteína de la espícula del virus. La estrategia de las vacunas utilizadas hasta ahora ha sido que nuestro propio organismo genere anticuerpos frente a esa proteína de la corona del virus, para que así se impida el paso a las células de nuestro organismo. Por ello, se temía que puede escaparse de la estrategia vacunal, por lo que el coronavirus variante ómicron infecta a más personas inmunizadas. No obstante la inmunización reduce la gravedad de esos casos, pero no solo eso, sino que en sí misma parece ser intrínsecamente menos peligrosa. Al menos así se recoge en un informe de la agencia de seguridad sanitaria de Reino Unido. Y también en los estudios de laboratorio parece que ómicron tenga menor “apetencia” pulmonar, causando cuadros similares a los de un catarro común, más o menos grave… en la mayoría de las personas.

No olvidemos este dato, pero en la mayoría de las personas NO son todas las personas. Es decir, ómicron está hospitalizando a gente y matando a gente. Y a mayor número de infectados, mayor será el número de hospitalizados y decesos, en una clara y simple proporción.

En cuanto a la inmunidad, en el mismo informe británico se ofrecían datos sobre la efectividad de la vacunación:

  • Estar vacunado con dos dosis evitaría el 50% de las hospitalizaciones.
  • Recibir una tercera dosis aumentaría dicha protección hasta el 88%.

Se trata de cifras altas, pero -de confirmarse- significará que estamos menos protegidos de lo que estuvimos contra las primeras variantes, cuando esa efectividad superaba el 90% y hasta el 95%.

Y todo esto ha coincidido con las fiestas navideñas, en plena sexta ola (y me repito a mi misma que la primera ola nunca se fue, se mitigó, pero nunca hubo cero casos)… en fin, esto sería semántica más que ciencia. Reproduzco de El País (texto completo, aquí):

“En la peor semana de enero de 2021, se registraron 3.600 ingresos diarios en planta y 300 en las UCI. Ahora mismo, las llegadas a los hospitales superan el 60% de aquel pico: son unos 2.150 ingresos diarios en camas convencionales y unos 170 en UCI”

Y a todo esto, ¿cómo lo está viviendo la población? Hastío, miedo, desesperanza, rebeldía, desasosiego y perplejidad por las normas que cambian. Cada organización, estado, entidad supranacional o autonomía con sus cosas y sus decisiones, que las mas de las veces  parecen arbitrarias. Hemos pasado de una cuarentena de catorce, a diez, a siete (en USA ya son cinco días), posiblemente más por razones económicas que por la propia salud. Al principio «mascarillas no por falsa seguridad» (en realidad, por que no habían). Después mascarillas, sí. Luego nos las quitamos en la calle, ahora nos la volvemos a poner en exteriores. El cambiante aforo de los comercios, los gimnasios, los restaurantes; el toque de queda, antes sí, luego no, ahora sí pero mas tarde. Ayer mismo en Barcelona dirigiéndome hacia mi casa a las 12,30 de la noche, pasé por zonas donde grupos de jóvenes hablaban a gritos, reían, se abrazaban (sin mascarilla ninguna) y algún coche de la Guardia Urbana estaba cerca ¿para qué? ¿Para llevarlos a sus casas, cual servicio público de Uber o Cabify? Me parece que las normas las siguen sólo aquellas personas que de por sí ya serían prudentes.

El mundo (sus dirigentes) van dando palos de ciego, o como en la fábula de los ciegos y el elefante, vamos viendo aspectos parciales de este enorme fenómeno biológico y sanitario. Esperemos que el “ciego” que le dé el golpe de gracia se acuerde de anotar como lo ha hecho.

Y a todo esto omito hablar (de forma totalmente intencionada) sobre las personas que no quieren vacunarse. Asisto con pasmo y estupor a los dimes y diretes entre el tenista Djokovic, actual número 1 del mundo, y el gobierno australiano, así como la instrumentalización del caso: nacionalismo serbio, “defensa de la libertad frente a la dictadura sanitaria”.

Sí sí, «dictadura sanitaria», cuando hace poco menos de dos años se aplaudía a hora fija a los sanitarios en los balcones a ritmo del Dúo Dinámico (una diversión mas que nos proporcionó la pandemia).

 

Para quien no la conozca…

La fábula de los seis sabios ciegos y el elefante