Qué explosivo me está pareciendo este verano:

  • Seguimos con la pandemia, a pesar de que va aumentando el número de vacunados, persisten los contagios y un goteo constante de ingresados y fallecidos, aunque por acostumbramiento parece que sean menos.
  • Muchos incendios en nuestro país y en el área mediterránea. Muerte y destrucción del paisaje y del futuro.
  • La ola de calor y a vueltas con el precio de la electricidad… ¿Alguien se hará mas rico y muchos se tornarán más pobres?
  • El 15 de agosto los talibanes llegan a Kabul y vemos en las noticias centenares (o millares) de personas que intentan huir del país a través de los vuelos militares. Imágenes de agolpamiento y desesperación. Y pienso ¿para esto hubo una guerra y ocupación desde 2001 hasta 2014? ¿Y la permanencia de tropas de la OTAN? Nuevas personas refugiadas, represaliados, oprimidos, en definitiva mayores desgracias.
  • El goteo incesante de muertes de mujeres a manos de aquellos a los que en algún momento amaron, las víctimas infantiles de los crímenes. Humillación, dolor y desamparo.

Leo también que existe una gran preocupación por la salud mental postpandemia, cosa que me parece sensata. El conjunto de la sociedad, y cada uno de sus individuos ha sufrido una situación de estrés inédita para la última centuria ya que, a diferencia de los conflictos bélicos, la infección por el coronavirus ha sido (y es) una guerra universal frente a un enemigo insidioso, veloz, oculto y errático (dado que la enfermedad del Covid-19 a todo el mundo por igual, es como una siniestra lotería inversa).

Pero al hilo de la preocupación por la salud mental, se acompañan muchas críticas hacia la gestión de ésta. Desde luego, son insuficientes los recursos que se dedican a las afecciones psíquicas. Pero además de esta censura presupuestaria, también entreveo un feroz juicio al modelo biomédico, haciéndose hincapié al sometimiento del paciente a la “tortura farmacológica” a la “contención mecánica” ¿perdón?… No se que opinarán mis colegas, psiquiatras y psicólogos que trabajan en la sanidad pública, pero desde luego los equipos de salud mental del siglo XXI no utilizan los métodos de  “Alguien voló sobre el nido del cuco”.

A ver, seamos sensatos. Las personas que sufren algún padecimiento psíquico deben ser tratadas con respeto y buen hacer médico y psicológico (eso es tal obviedad, que casi me sonrojo al escribirlo). Pero no hagamos una distinción dicotómica de lo bueno (todo lo terapéutico, lo psicosocial, conozco buena y mala praxis en este sentido) y malo (lo médico y farmacológico, que también).

Desde luego que nuestra disciplina tiene mucho que ver con el sistema social en el que vivimos. Pero vamos a ver, mientras cambiamos el mundo (supongo que entre todos) tendremos que seguir realizando nuestro trabajo, es decir, formarnos, realizar una buena evaluación de lo que le sucede a la persona que atendemos, y le propongamos el mejor de los remedios que a nuestro saber y entender le podamos proporcionar. De nada le va a servir a esa persona que sufre que le digamos que es un mal de la estructura de la sociedad.

Los trabajadores en salud mental no podremos cambiar el mundo en que vivimos… podremos acompañar, aliviar, concienciar, respetar e intentar curar a nuestros pacientes. Que no es poco.