Cómo los psiquiatras debemos saber y opinar de todo, una reportera de un diario nacional me solicita que responda a una serie de preguntas acerca del llanto. Me avengo a ello y este es el resultado… 

¿Cuándo y para quién es positivo el llanto? ¿Y cuándo empieza a ser un problema?

Doy por supuesto que hablamos de llanto emocional. Este tipo de llanto tendrá un efecto positivo  para aquellas personas que perciben alivio o liberación de malestar o tensión después de llorar… (realmente esta es una verdad de Perogrullo*). Pero no es una afirmación universal, pues resulta que para algunos individuos el hecho de llorar no les aporta ningún bienestar. 

Sabemos que las lágrimas producidas durante el llanto emocional tienen una composición química diferente a otros tipos de lágrimas, ya que contienen cantidades significativas de hormonas como prolactina y corticotropina, ambas relacionadas con el estrés, y leu-encefalinas (asociadas al dolor) además de sustancias como potasio y magnesio. También sabemos que hay una conexión entre el sistema límbico (la parte del cerebro emocional), el troncoencefálico y el sistema lagrimal. Todo ello parece sugerir que el llanto tenga un efecto liberador del estrés y de la tensión.

Pero las respuestas humanas son mucho más complejas y menos predecibles. Los seres humanos lloran en el contexto de determinada emoción, pero también de una emoción o sentimiento contrario. Por ejemplo, podemos llorar tras una ruptura sentimental y también lo hacemos en nuestra boda, cuando se culmina la creación de un vínculo amoroso. Si tuviéramos que describir lo que experimentamos iría más allá de “tristeza” o “alegría” y hasta es posible que llorar nos ayude a comunicar lo que sentimos de una forma más automática sin que intervenga el lenguaje.

Por otra parte, nos encontramos con personas (y así lo avalan estudios psicológicos recientes) para las que la provocación del llanto no representa nada positivo. Esto puede deberse a elementos temperamentales o rasgos de personalidad que los investigadores denominan alexitima (personas que carecen de conocimiento o de “lectura” sobre sus vidas emocionales) y que en realidad se sienten peor, a disgusto o desconcertados después de llorar.

Asimismo, desde una perspectiva clínica, los psiquiatras atendemos a pacientes en los que el llanto  correlaciona con síntomas de tristeza profunda, impotencia, desesperanza, ansiedad o miedo… esto suele ocurrir cuando la persona padece un cuadro de tipo depresivo, trastorno de ansiedad grave u otro cuadro clínico severo, y ese llanto no alivia e incluso puede incrementar la desazón y malestar del paciente.

 

Hay quien dice que la ira es pena disfrazada y que cuando te rindes y aceptas que tu enfado no lleva a nada, lloras, ¿está de acuerdo o cree que en algunas ocasiones puede ser así?

Sinceramente, no. La ira es un estado emocional intenso que implica una respuesta no cooperativa a una provocación, daño o amenaza percibida. Además los psicólogos reconocen -al menos- tres formas de ira, la relacionada con el impulso de autoconservación, la ira episódica o deliberada como reacción a un trato injusto percibido, y la ira disposicional en relación con rasgos de carácter.

Cierto es que cuando se experimentan emociones cercanas a la ira, como la rabia o la impotencia se puede generar llanto por frustración, lo veremos en sujetos inmaduros o en circunstancias de injusticia muy extrema. Pensemos que el llanto está enmarcado también en un contexto cultural y social. Ahora bien, tampoco hay duda en la situación en la que personas que se han mostrado iracundas o irritables (lo que coloquialmente conoceríamos como “perder los papeles”) pueden percibir arrepentimiento, sentimiento de culpa y dolor por el daño infligido a otros…  y dicho dolor moral, vergüenza o remordimiento produzca llanto. Pero no, no creo que el llanto por ira sea una rendición incondicional a la tristeza.

¿Qué podemos hacer si queremos llorar pero somos incapaces (si la sensación de apatía es demasiado grande, o tenemos grabados estereotipos del tipo «los hombres no lloran» o «si soy mujer y me ven llorar pensarán que soy demasiado emocional»)? Hay quien piensa que el llanto es una señal de debilidad, ¿qué respondemos a estas personas?

Estas preguntas abarcan escenarios diferentes:

  • Aquella situación  en la que “no podemos ni llorar” puede suceder en el caso de padecer una depresión melancólica grave o de tipo crónico, dado que el paciente que la sufre parece “desconectar” de sus propias emociones y sentimientos, lo que a su vez genera un gran dolor psíquico pero sin la posibilidad fisiológica de expresarlo.
  • Otras situaciones que explican la falta de llanto emocional pueden no tener tanta gravedad psicopatológica y son debidos a apatía y desinterés en las que se conjugan algunos rasgos de personalidad, la falta de motivación e ilusiones y la pérdida de estímulos. En definitiva, un amortiguamiento de todo, bueno y malo. En este sentido, y sin pretender una generalización, la situación que estamos viviendo de pandemia, confinamientos, percepción de indefensión e inseguridad son estresores para una forma de depresión larvada y de indiferencia afectiva (“qué poco me importa todo”).  
  • Por último, los estereotipos culturales. Algunos de ellos basados en una realidad fisiológica o al menos estadística (los hombres lloran menos y durante menos rato que las mujeres) diferencia que se hace patente a partir de la adolescencia, según diversos estudios realizados. Es evidente que influyen los patrones educativos clásicos, pero personalmente creo que la diferencia no solo se debe a este sesgo ambiental.  

De hecho, estas preguntas enlazan con lo que se entendería como “el propósito o la función del llanto”. Los investigadores como Vingerhoets y cols. (2018) se han centrado tanto en su función “intrapersonal” o sea el efecto del llanto en el individuo, como en las funciones “interpersonales” (los efectos del llanto en otras personas).

Si nos atenemos a este segundo aspecto, el llanto es una forma de comunicación social no verbal destinada a obtener ayuda, consuelo y apoyo de los demás. Y desde luego las mujeres son más empáticas en este sentido.

 

Pero en la conducta humana todo se enlaza, y de nuevo tengo que aludir al ambiente social: en un contexto íntimo el llanto puede ser visto con empatía y estimular el apoyo, mientras que en un contexto laboral o “racional” puede incomodar dado que no siempre se está preparado para responder al dolor ajeno. Por ello, y muy lamentablemente el llanto no siempre será “oportuno”, de la misma forma que en muchos contextos no se perciben como adecuadas las expresiones extremas de júbilo, enfado, etcétera. Y esto lo perciben las mujeres en el medio académico y laboral porque también han escuchado desde niñas frases despectivas por llorar “como una nena” y además porque en general las mujeres son mucho más perceptivas de la reacción que provocan frente a los demás.

 

¿Se debe reprimir el llanto?

Rotundamente no, puesto que el llanto emocional auténtico no es fácilmente controlable, además de las lágrimas existe una respuesta de “nudo en la garganta” y manifestaciones vegetativas que poco podemos dirigir.

Lo realmente importante es ser capaces de no sentirnos ni débiles ni culpables por manifestar el llanto, porque éste tampoco es un rasgo dicotómico de madurez o inmadurez emocional. Hay estudios que avalan la hipótesis de que quien puede llorar con facilidad tiene más apego y madurez. Aunque también los hay que concluyen que personas con historias de traumas suelen llorar más.

Esto es, el llanto emotivo es una conducta humana, de la que sabemos cosas, pero no todas y las afirmaciones contundentes pecarán de simplistas.

 

¿Es posible que alguien llore sin motivo (o es cuestión de profundizar y encontrar ese motivo)?

Existen situaciones médicas, normalmente de patología del sistema nervioso central, como enfermedades degenerativas en las que puede haber un llanto “inmotivado” o por estímulos muy leves producto de una pérdida del control cortical de las emociones.

También entre personas sin patologías las hay que son más proclives al llanto. Todos conocemos a alguien qué ante una película, una obra de ficción, una noticia o incluso frente a una apabulladora manifestación artística derraman lágrimas sin ningún rubor.  Habitualmente estas personas se sienten bien después de llorar, al conectar con sesgos de memoria y algunos estímulos, como una música evocadora, una historia entrañable o ver a otra persona llorando o sufriendo y ello estimula el propio llanto. Personalmente puedo afirmar que desde que falleció mi padre, si veo a cualquier persona llorando por la muerte de un ser querido, de forma automática evoco ese dolor (mitigado, claro está) y puedo derramar lágrimas con gran pena, no tanto por el difunto sino por los que sufren el duelo. 

Otro momento vital en que el llanto es parcialmente inexplicable lo situaríamos en la adolescencia: la tormenta hormonal, la importancia del grupo, la vulnerabilidad a la crítica y la percepción de incomprensión por parte del mundo adulto, pueden hacer que los adolescentes sean muy proclives a llorar. Por la fragilidad del momento, la comunicación -no siempre fácil- debe estar presente y no tildar a ese llanto como “cosas de la edad”.

 

¿En qué se parecen el llanto del adulto del del niño? ¿Es posible que lloremos porque en la niñez cuando llorábamos encontrábamos consuelo y asociamos ideas?

El llanto infantil en los bebés tiene una función de comunicación para expresar el disconfort: hambre, sed, frio, dolor, miedo, sueño. Cumpliría así una función adaptativa.  También los niños pequeños mantendrán el llanto por esas causas y muchas otras, casi siempre cuando desean algo, aunque no sea una necesidad tan primaria.

Ahora bien, ya sabemos que el ser humano conserva la capacidad de llorar durante toda su vida. No obstante, se espera que este mecanismo se module a medida que se produce el desarrollo físico, ganando independencia y también el desarrollo emocional, estableciéndose una contención. Es decir, sería extraño que un adulto llorara por hambre. Pero sí que lloramos por malestar, dolor, tristeza, alegría, sorpresa, miedo, frustración, tal como hemos ido desgranando en las preguntas anteriores. Y por otra parte, niños pequeños pueden iniciar una conducta de llanto empático ante una situación de ficción. ¿O no lloramos en nuestra infancia cuando murió la madre de Bambi?

Existen teorías psicológicas que apuntan hacia la relación entre el llanto y la experiencia de impotencia percibida (sería entones similar al llanto infantil). Sin embargo, mi impresión es que en la niñez el llanto no es consolador en sí mismo sino un instrumento de comunicación. Tampoco esto nos explicaría porqué lloramos por felicidad.

Nos puede explicar alguna técnica para llorar y desbloquear emociones.

El primer paso es aceptarlas, nuestras emociones, aunque puedan ser poco o nada placenteras, son legítimas. Claro que previo a la aceptación estaría el reconocimiento de las mismas, esto es:

  • Autoconocimiento, lo que implica introspección (mirar hacia adentro) y pensar acerca de nosotros mismos.
  • Hacernos preguntas ¿por qué me siento así?, ¿puede haber otra explicación? ¿cómo ha empezado esto? Vivimos en un mundo más interesado en la acción que en la reflexión.
  • A pesar de los consejos anteriores, no obsesionarse por hallar todas las respuestas de forma inmediata. Acostumbrarse a ese diálogo interior enriquecedor pero no paralizante.
  • Si algo nos desagrada de nosotros mismos, asumirlo, pero nunca hacer una crítica a la totalidad de cómo somos. Por definición, eso es injusto e inexacto.
  • Pensar en el día de mañana como una oportunidad de mejora, también empezando por lo simple.
  • Compartir nuestra desazón con la persona o personas adecuadas. Y a su vez escuchar a los demás.
  • Casi nunca recomiendo libros de autoayuda, los buenos son manuales más densos y los populares tienen a darle vueltas a una sola idea hasta la saciedad. Sin embargo, el arte, la literatura, la poesía, la música, la naturaleza nos pueden llevar a estados en los que es mas fácil conectar con nuestro yo emotivo.

 

Como ejemplo literario de lágrimas y empatía, transcribo una estrofa del «Poema de las lágrimas» de Lord Byron (1778-1824)

Cuando el amor o la amistad le deben
a la ternura despertar el alma,
y el alma debe aparecer sincera
en la mirada,
podrán los labios engañar, fingiendo
una sonrisa seductora y falsa,
pero la prueba real sólo se muestra
con una lágrima.

 

Verdades de Perogrullo 

Cuando he escrito esta frase he querido saber su origen, ya que creo que entendemos todos su significado. 

En el Diccionario de la Lengua Española, la perogrullada se define como «verdad o certeza que, por notoriamente sabida, es necedad o simpleza decirla». Mientras que el de María Moliner , le dedica una entrada al autor de esas verdades:  

«Perogrullo (de “Pedro” y “Grullo”): personaje supuesto al que se atribuyen humorísticamente las sentencias o afirmaciones de contenido tan sabido y natural que es una tontería decirlas»

Quien inventó el vocablo perogrullada fue Francisco de Quevedo en su libro Los Sueños (1622), ya que el personaje Pedro Grullo ofrece una serie de diez profecías, a cual más simple pero que nos llevan a la sonrisa… otra de las formas de expresar emoción típicamente humanas.