Una vez más, voy a hablar de esta maldita infección, la de virus SARS-Co-V2 (nuestro incómodo compañero de viaje coronavirus a lo largo de todo este año y ¿quién sabe? En un estudio publicado en la edición on-line de The Lancet se afirma que uno de cada cinco pacientes que han sufrido COVID-19 será diagnosticado de un trastorno psiquiátrico (predominantemente ansiedad o depresión) en los tres meses posteriores a la prueba positiva del virus.

El investigador principal de este estudio es el Dr. Paul Harrison, profesor de psiquiatría de la Universidad de Oxford. Este experto afirma:

“los servicios de salud deberán estar preparados para brindar atención temprana a estos casos, especialmente porque es probable que nuestros resultados subestimen el número real de casos”.

Este trabajo también mostró que presentar un diagnóstico psiquiátrico previo (especialmente trastorno bipolar, depresión grave y trastorno por déficit de atención) aumenta de forma independiente el riesgo de contraer COVID-19, por lo que aconsejan que dicho dato sea incorporado en la lista de los factores de riesgo de la enfermedad.

El estudio en cuestión analizó una red que almacena datos anónimos de registros médicos electrónicos de 54 organizaciones de atención médicas en Estados Unidos. Se detectaron entre el 20 de enero y el 1 de agosto de 2020, más de sesenta mil casos de pacientes diagnosticados de COVID-19 (concretamente 62354). A continuación, se midió la incidencia y los cocientes de riesgo de trastornos psiquiátricos, demencia e insomnio entre los días 15 a 90 después del diagnóstico de la infección vírica.

La incidencia de cualquier diagnóstico psiquiátrico en ese período fue del 18,1%, incluyendo el 5,8% que fue un primer diagnóstico. La incidencia de un primer diagnóstico de demencia fue del 6% en personas mayores de 65 años. Y un diagnóstico psiquiátrico en el año previo se asoció con mayor probabilidad de diagnóstico de COVID-19, sin embargo sobre este punto los autores no descartan posibles factores de confusión de tipo residual, como otros aspectos de morbilidad.

La COVID-19 entre otras muchas cosas provoca neuroinflamación y posibles desequilibrios de neurotransmisores, viéndose afectadas especialmente regiones cerebrales como la amígdala, los núcleos de la base y la corteza prefrontal. De esto resulta una reducción de la capacidad de respuesta al estrés y también la memoria puede verse afectada. Se cree que la recuperación puede tardar varios meses, y además la falta de ejercicio e interacción social contribuirán a que las anomalías neurológicas o los síntomas sigan adelante.

Como psiquiatra que atiendo a pacientes he observado aspectos relacionados con los factores estresantes que ocurren debido al daño colateral de la pandemia:

  • Al principio, en el primer confinamiento, la ansiedad era la presentación predominante debido al miedo a la mortalidad y a la falta de control sobre la vida diaria, cierres de escuelas, ERTES, o teletrabajo. Es decir, formas más agudas de malestar, que una vez confinados la mayor parte de la gente fue sobrellevando sin grandes problemas, e incluso para un grupo de pacientes “crónicamente estressados por elevada demanda ambiental” representó casi un alivio.
  • Ahora atiendo muchos síntomas de depresión (más o menos graves) y trastornos del ritmo de sueño, así como irritabilidad general y desesperanza. No digamos el sufrimiento de los trabajadores en salud, que merecen una reflexión aparte, ahora que parecen haberse agotado los aplausos y las canciones.