A mediados del siglo XVI, el anatomista italiano Bartolomeo Eustachius describió por primera vez las glándulas suprarrenales… pero la Iglesia Católica ocultó su trabajo en las profundidades de la biblioteca del Vaticano durante 150 años. El interés en las glándulas suprarrenales resurgió sólo en el siglo XIX cuando el médico británico Thomas Addison mostró un vínculo entre «las cápsulas suprarrenales» y una enfermedad mortal caracterizada por vómitos, fatiga extrema y oscurecimiento de la piel. A este cuadro clínico ahora o conocemos como enfermedad de Addison, causada por una insuficiencia córticosuprarrenal primaria.

Al mismo tiempo que Addison, el fisiólogo francés Charles-Edouard Brown-Sequard se esforzó por encontrar un «elixir de vida», que definía como una secreción misteriosa de las glándulas internas. Brown-Sequard, en su afán en conseguir y demostrar este mágico elixir natural, llegó a inyectarse a sí mismo un extracto de testículos de perro, afirmando que aumentaba su resistencia. Pero también concluyó que los animales no podían sobrevivir después de extirparles las glándulas suprarrenales.

En la década de 1930, varios extractos suprarrenales se promocionaron al público como curas milagrosas para cualquier cosa, desde la fatiga mental hasta la escasa resistencia a los resfriados. Ya sabemos la afición que tiene el público general y también en ocasiones la medicina hacia los “curalotodo”.

Durante este período, dos químicos eminentes se enzarzaron en una particular competencia: Edward Kendall, de la Fundación Mayo de Rochester (que se describe a sí mismo como “cazador de hormonas”) y Tadeusz Reichstein, químico polaco-suizo que trabajaba en su laboratorio de Zurich. Ambos centraron su atención en la extracción de una “sustancia orgánica cristalina” de la corteza suprarrenal. Y ambos anunciaron el éxito casi al mismo tiempo, pero fue Kendall quien en 1935 aisló cinco compuestos de las glándulas suprarrenales bovinas, incluido el compuesto E (cortisona) y el compuesto F (cortisol). Después se vio que la cortisona era en realidad un metabolito del cortisol.

En 1941, en plena II Guerra Mundial, el hallazgo de un tipo de víscera similar a la glándula suprarrenal, en la carga de un submarino alemán que regresaba de Argentina, propaló el rumor por los círculos militares de Estados Unidos de que los nazis estaban inyectando a sus pilotos un extracto suprarrenal, para hacerles resistentes al estrés y ser capaces de volar a altitudes superiores a 40.000 pies, sin verse afectados por los bajos niveles de oxígeno. (Aunque la carne misteriosa hallada en el submarino resultó ser sólo hígado, este rumor provocó un interés para el descubrimiento de hormonas similares de la corteza suprarrenal (los llamados glucocorticoides).

En 1944 la compañía Merck, en lo que se conoció como «la síntesis química más compleja del mundo», obtuvo cortisona de la bilis del ganado en 36 pasos químicos. Sin embargo, salvo la enfermedad de Addison, ninguna otra dolencia conocida se beneficiaba de la cortisona, siendo además en ese momento extremadamente cara su síntesis. Todavía no se había descubierto el efecto de los glucocorticoides sobre los mecanismos de la inflamación, hecho que se conoció por la colaboración del ya citado Kendall con un médico estadounidense llamado Philip Hench.

Los glucocorticoides tienen la capacidad de reducir dramáticamente las manifestaciones de la inflamación. Esto se debe a sus efectos considerables sobre la concentración, distribución y función de los leucocitos periféricos. Después de una sola dosis de un glucocorticoide de acción corta, la concentración de neutrófilos aumenta, mientras que los linfocitos, monocitos, eosinófilos y basófilos en la circulación disminuyen. La capacidad de estas células para responder a los antígenos y los mitógenos disminuye. Los cambios son máximos a las 6 horas y desaparecen en 24 horas.

Adicionalmente, los glucocorticoides disminuyen la respuesta inflamatoria que sucede por la activación de la fosfolipasa A2. Aumentan algunos fosfolípidos que reducen la síntesis de prostaglandinas y leucotrienos. También aumentan la concentración de lipocortinas que disminuyen la disponibilidad de sustratos para la fosfolipasa. Además, disminuyen la expresión de la isoforma de la ciclooxigenasa 2 (COX II).

Los glucocorticoides son hormonas catabólicas. Estimulan la gluconeogénesis en hígado y riñón, de manera que elevan la glucemia. Tienen un cierto efecto antiinsulínico en muchos tejidos periféricos, lo que colabora también en el aumento de la glucemia. Favorecen la degradación de proteínas y aumentan por tanto la liberación de aminoácidos a la sangre, muchos de los cuales se utilizan como sustrato de la gluconeogénesis. También tienen un efecto lipolítico.

Los glucocorticoides tienen un efecto permisivo sobre otras hormonas, de manera que favorecen su función. En este sentido, facilitan los efectos termogénicos y catabólicos de catecolaminas y hormonas tiroideas. También facilitan el efecto vasopresor de las catecolaminas.

En general, se dice que los glucocorticoides son necesarios para que el organismo resista situaciones de estrés. El término «estrés» hace aquí referencia a una amplia gama de situaciones que tienen en común el hecho de que favorecen la secreción de ACTH y glucocorticoides; entre ellas podríamos incluir el ayuno, la hipoglucemia, las lesiones físicas (especialmente shock), o la ansiedad y el miedo. El cortisol y los demás glucocorticoides tienen efecto sobre el sistema nervioso central. En la hipersecreción de corticoides (síndrome de Cushing), se produce un cierto estado de euforia, y puede llegar a producirse un trastorno psicótico franco. Por ello también, cuando se administran dosis altas de fármacos corticoides pueden producirse estados de ansiedad, euforia, incluso psicosis ó por el contrario, estados depresivos.

 

¿Por qué llamamos estrés a las situaciones de tensión?

De la fisiología, el término estrés pasó al dominio de la psicología. Y de ahí pasa al dominio de la psicología, por tanto la definición exacta de estrés sería el modo en que el organismo reacciona ante un desafío. Por tanto cabe distinguir entre:

1. Acontecimiento estresante (desafío, amenaza o sobrecarga).

2. El modo de reaccionar (el auténtico estrés):

Que se ejecuta  en los humanos y la mayoría de los mamíferos, a través del sistema nervioso central, el sistema nervioso autónomo y el eje hipotalámico-pituitario-adrenal, que darán lugar a respuestas fisiológicas. El estrés es una respuesta natural y necesaria para la supervivencia, pese a lo cual se confunde con una patología. Dado que el organismo no puede mantener estos estados de activación durante largos periodos de tiempo, el sistema nervioso periférico parasimpático intentará revertir estas respuesta a condiciones fisiológicas normales (y llevar a una recuperación del equilibrio interno u homeostasis).

3. Las consecuencias del estrés:

En el punto en que el organismo no es capaz de recuperar totalmente dicha homeostasis, se pueden producir una gran variedad de síntomas tanto físicos como psicológicos, y a eso también lo denominamos estrés. Pero hay que tener en cuenta que:

1. El estrés nos afecta a todos

Todo el mundo ha experimentado en alguna ocasión la percepción de sentirse estresado… 

«Me siento agobiado…»

«No puedo más, estoy a punto de explotar»

«Qué estrés en el trabajo esta semana»

son frases que reconocemos sin duda. Hay diferentes tipos de estrés y todos originan riesgos para la salud física y mental. Un factor estresante puede ser un acontecimiento que suceda una sola vez y que dure poco tiempo o puede ocurrir reiteradamente y durante un largo período de tiempo. Y además según la vulnerabilidad individual, algunas personas tienen mayor capacidad para lidiar con los acontecimientos estressantes de forma más eficaz, o bien recuperarse de los mismos más fácilmente que otros individuos. No estoy hablando de fragilidades personales o de fortalezas, simplemente puede ser un tema de aprendizaje, pero también de respuesta fisiológica idiosincrática. 

 

2. No todo el estrés (en el sentido de los eventos estresantes) es malo

El acontecimiento estresante es una señal que le indica a nuestro organismo que se prepare para afrontar una amenaza o huir a un lugar de seguridad.  En estas situaciones, el pulso y la respiración se aceleran, los músculos se ponen tensos y el cerebro consume más oxígeno y aumenta la actividad. El propósito de todas estas funciones es la supervivencia y surgen como respuesta al estrés.

También hay situaciones menos extremas, en que la vida no corre peligro, pero la reacción de estrés motiva a las personas cuando deben enfrentarse a algo que tiene importancia: un examen, una entrevista para un nuevo trabajo, una presentación académica. 

 

3. El estrés sostenido y persistente puede perjudicar la salud

El gran reto que atendemos y tratamos en la clínica cotidiana es facilitar al sujeto hacer frente al impacto de una situación crónica de estrés. Si dichos acontecimientos que generan estrés permanecen durante un largo período el cuerpo nunca recibe una señal clara para volver a funcionar normalmente… siempre está «en alerta». 

Las mismas reacciones del organismos que nos ayudan en una situación de estrés agudo y que incluso pueden salvarnos la vida (huir de un atracador, refugiarnos en una avalancha), si se mantienen durante largo tiempo pueden alterar los sistemas inmunológico, digestivo, cardiovascular, alterar el ciclo sueño-vigilia y el sistema reproductivo. Por ello, los síntomas pueden ser variado, mejor dicho variadísimos: algunas personas experimentarán molestias digestivas, mientras que otras pueden tener dolores de cabeza, o insomnio más o menos pertinaz, también sentir tristeza, enfado o irritabilidad. Con el tiempo, si la tensión persiste se pueden llegar a sufrir problemas importantes de salud, como hipertensión, alteraciones cardiológicas, endocrinas y claro está, cuadros clínicos de ansiedad y depresión. 

 

4. El afrontamiento del estrés

En el fondo, los consejos que van a continuación son medidas de sentido común y el primero de ellos viene a ser una versión más actualizada del «conócete a ti mismo» de la antigüedad griega:

  • Ser observador. Esto es, saber reconoce las señales a las que respondemos (bien o mal), qué cosas nos producen dificultad para dormir, estar desasosegados, qué nos enfada fácilmente, qué nos hace sentirnos abatidos y desanimados, qué cosa afrontamos tomando un poquito (o mucho alcohol), qué cosas eludimos. 
  • Recuerde su propia experiencia. En ocasiones hay cosas que nos generan malestar o estrés… ¿Cómo las encaramos en otros momentos? ¿Qué nos ayudó? ¿Qué nos perjudicó? Si no estuvimos satisfechos de nuestra respuesta, cabe preguntarse además si hemos aprendido o incorporado nuevas estrategias desde entones. 
  • Piense en la situación desapasionadamente. En ocasiones hay cosas que consideramos una amenaza y aunque sean importantes, no son catastróficas. Si suspende ese examen ¿será el fin del mundo? Probablemente habrán nuevas convocatorias. Si llego tarde a esa reunión, no hace falta que me juegue la vida conduciendo vertiginosamente. Si tengo una sobrecarga de trabajo, sigo mi cometido con interés y eficacia, pero no puedo hacer que el día tenga mas de 24 horas. Los individuos con personalidades de base ansiosa tienen a ser muy severos con su propia conducta y se «estresan» ellos mismos. 
  • El beneficio del ejercicio físico. Para la mayoría de las personas el ejercicio físico constituye un liberador de la ansiedad, por la movilización de endorfinas que conlleva y también por ser una actividad alejada de las preocupaciones cotidianas. Ahora bien, hay que ser sensatos en cuanto a tiempo, momento y programación del mismo, y que también la persona encuentre placer al realizarlo. Ni a todo el mundo le gusta correr, ni a todo el mundo le compensa nadar. Piense también en cosas como caminar, bailar, tai-chi y un largo etcétera. 
  • Pruebe una actividad relajante. Casi lo mismo que en el punto anterior. No a todo el mundo le irá bien (o le gustará) la relajación, la meditación o el yoga. Pero pruebe algo que le serene y le haga conectar con su interior de manera tranquila. Lo que sea. No hay panaceas universales, algún paciente me ha dicho que lo que le relaja sobremanera es tejer punto ¿por qué no?
  • Las relaciones con nuestros semejantes. En este tiempo de pandemia hemos visto que lo que la mayoría de personas han echado de menos son las relaciones con familia, amigos e incluso con compañeros de trabajo. Los humanos solemos ser gratificantes para el resto de humanos: la charla, la confidencia, las risas o incluso compartir el dolor es lo que nos ha dado fortaleza como especie. Cuando una se siente muy estresado, experimenta la necesidad imperiosa de descanso y a veces desdeña las relaciones interpersonales (porque no hay tiempo). Relaja mas un rato de buena compañía, que estar dormitando en el sofá. 
  • Consulte a su médico. Si se ve abrumado, su médico le indicará que hacer. Cierto es que en este momento puede parecer baladí la consulta sobre sentirse con estrés cuando el mundo y la salud está como está. Pero, por eso mismo se necesita que mantengamos un buen nivel de respuesta y adaptación frente a todos los acontecimientos, malos y buenos (que algunos buenos también nos irán llegando).