El síntoma (que no enfermedad) que se conoce como fobia de impulsión, se refiere al miedo a cometer un acto, de forma irreflexiva, que puede ser inaceptable moralmente.

Con ello quiero referirme a vivencias, pensamientos, sensaciones e incluso impulsos “visualizados” que percibe una persona y que están relacionados con llevar a cabo una determinada acción, que en el fondo no es deseada hacerla.  

En la base de la fobia de impulsión se encuentran los pensamientos intrusivos, que podríamos definir como aquellas ideas que parecen que están “atascadas” en nuestra mente. La mayoría de las personas experimentamos este tipo de pensamientos absurdos o negativos de forma automática, pero la reacción habitual es la de desecharlos por inútiles o absurdos y dejamos de tomarlos en consideración. Sin embargo, cuando se transforman e pensamientos recurrentes puede causar gran angustia y malestar en la persona que los padece.

Pongamos un ejemplo del primer caso (cuando el pensamiento es desechado). Imaginemos que alguien tiene un pensamiento del tipo:

“Y si ahora cojo estos libros y los tiro al suelo…”

Y la persona imagina el estropicio y que tendrá que recogerlo, entonces es posible que ésta sea una idea que le puede incomodar, pero lo más probable es que no le resulte dolorosa.

Ahora bien, en la fobia de impulsión los pensamientos no suelen ser tan anodinos, sino que aquello que se piensa implica alguna acción, de resultas de la cual, se haría daño a alguien, a uno mismo o bien a otro individuo, o se cometería un acto desafortunado en grado sumo, y que –insisto- aquella persona no desea realizar de ninguna de las maneras. Pongamos ejemplos:

 “Y si salgo al balcón y se me ocurre tirarme al vacío”

“¿Y si estando enfadado cojo este cuchillo y se lo clavo a alguien?”

Podemos asegurar, que a la persona que le vienen estas ideas a la cabeza no le dejan indiferente.

Las fobias de impulsión tienen una cualidad egodistónica, eso quiere decir que no sintonizan con el propio sujeto que los está percibiendo, y ello hace que sean sumamente desagradables, alarmantes, ansiógenos y perturbadores.

No obstante, al aparecer ese tipo de pensamiento y la persona no puede desecharlo, se produce un fuerte impacto y rápidamente aparece un cuestionamiento del porqué de su aparición, y se entra en un bucle buscando un sentido reflexivo. Es decir, aparece un temor a experimentar el pensamiento de nuevo (fobia a nuestro pensamiento) y un temor a realizar la acción indeseada de forma irreflexiva (fobia al impulso). Incluso el sujeto que los percibe puede llegar a creer que los tiene como “señales de advertencia” ante su propio descontrol.

Si analizamos el primer ejemplo, podemos aseverar que la persona sabe que no tiene ningún deseo de precipitarse al vacío, ni de hacerse daño o quizá morir. Pero si que le extraña el haber pensado en ello, le asusta y empieza a reevaluarlo. Con ello, llegará un momento en que se pregunta algo así:

“¿No será porque en el fondo lo deseo?”

o alguna cosa similar… con lo que probablemente –y si el pensamiento se repite- al cabo de un tiempo no se acerque al balcón o a las ventanas abiertas, y se observe a sí mismo y a sus ideas con total desconcierto y desconfianza.

La clave es que la persona sabe que no quiere realizar la acción que se le pasa por la cabeza, pero tiene miedo a perder el control y llegar a ejecutarla. Y con ello se va introduciendo una necesidad de “comprobación” de lo que se está pensando, y se le da relevancia a dichos pensamientos, se les analiza y el sujeto empieza a preguntarse cuestiones acerca de ellos:

¿Y si lo pudiera hacer de verdad?

¿Cómo puedo pensar estas cosas?

¿Si lo pienso es porque lo quiero?

No soy buena persona, porque mira que cosas se me ocurren

¿Me estaré volviendo loco? No conocía esta parte de mí

Todo ello va incrementando la ansiedad y con ella parece aumentar el propio disparatado pensamiento que inicialmente le aturdió y al cabo de poco tiempo es un estímulo espantoso.

Este análisis del propio pensamiento se denomina “metacognición” y entonces es cuando la idea inicial adquiere relevancia, no porque la persona vaya a hacerse daño a sí mismo o a otros, sino porque el sujeto afectado realiza una interpretación (casi siempre muy negativa) de lo que significa tener esas ideas, desarrollando un ejercicio de rumiación constante.

Para aquellas personas que en alguna ocasión hayan experimentado este síntoma hay que afirmar con total contundencia que es totalmente improbable que lo pensado en ese momento se convierta en un acto real.  

Por otra parte, existe una creencia errónea (y característica de las fobias de impulsión especialmente si el individuo sufre de un trastorno obsesivo-compulsivo) es la sobreestimación de la probabilidad de que algo se cumpla o se haga realidad por el mero hecho de pensar en ello.

La fobia de impulsión es un síntoma, no un síndrome, y como tal síntoma puede aparecer en diferentes trastornos psíquicos, casi siempre formará parte de alguno de los siguientes:

  • Trastorno obsesivo compulsivo
  • Trastorno de ansiedad generalizada
  • Estados de estrés post-traumáticos
  • Algunos estados depresivos

Dentro de los cuadros depresivos, es bastante común que en las depresiones post-parto graves las madres experimenten pensamientos desagradables hacia sus bebés… pensamientos que son vividos con auténtico terror, ideas de culpabilidad, miedos y una gran zozobra.

Este síntoma además tiene un componente de avergonzar sobremanera a la persona que lo experimenta:

¿Cómo puedo pensar semejante cosa?

Y cuando en situación clínica se atreve a explicarlo o se le pregunta por ello, el paciente suele experimentar un gran alivio al darse cuenta de que no ha sido la única persona en el mundo que ha tenido semejantes desatinos.

Alivio, sí, pero no curación, por lo que el médico deberá valorar cuidadosamente de que patología se trata para que el afectado reciba el tratamiento más adecuado, que casi siempre incluirá un antidepresivo (Habitualmente un inhibidor selectivo de la recaptación de serotonina, con efecto anti-obsesivo) y un tratamiento psicológico adecuado.

 

Fobos

En la mitología griega Fobos ( Φόβος, ‘miedo’) y su hermano gemelo Deimos personificaban el miedo y el terror. Eran hijos de Ares, dios de la guerra, y Afrodita, diosa del amor. Fobos y su hermano gemelo Deimos junto con la diosa Enio  acompañaban al dios de la guerra en cada batalla. Alejandro Magno entonaba una oración a Fobos antes de cada batalla para conseguir aterrorizar a sus enemigos.

Se ve así a Ares, plaga de los hombres, marchar al combate,
Seguido de Phobos, su hijo intrépido y fuerte,
Quien pone en fuga el belicoso más resistente.   (Ilíada,  rapsodia XIII, 298)

La palabra fobia, deriva del nombre de este dios griego. También se llamaron Fobos y Deimos a los satélites de Marte.