Creo que no seré la última persona en el mundo que va a escribir algo sobre los efectos psíquicos que puede producir el estado de alarma por la crisis del virus y concretamente las secuelas que producirá el confinamiento, pero desde luego, no soy la primera. 

Sin embargo, sobre qué voy a escribir, en este momento tan especial, en el que la vida parece haberse detenido en una burbuja (millones de burbujas diría) y dentro de estas transparentes esferas que nos envuelven estamos nosotros, nos vemos, pero no nos tocamos, nos oímos, pero no nos olemos y hemos perdido las tres dimensiones propias de nuestro universo para ver a los que vemos en las dos dimensiones de la pantalla cual moderna Planilandia (*)

Dejando de lado incursiones literarias y honestamente hablando (escribiendo) ¿qué efectos psicológicos he observado durante el confinamiento? Hablo de mi experiencia como profesional que atiende a personas y cuya relación se ha desarrollado -como era imperativo- por vía telemática.

  1. La perplejidad inicial

Creo que todos nos vimos sumidos en una profunda sorpresa (desagradable) derivada de la incapacidad para comprender lo que había sucedido. Si bien es verdad, que se disponía de información a través de todos los medios (tanto las tradicionales como los más novedosos) la mayor parte de la gente se expresaba con frase del tipo: “No lo entiendo… parece una película”.

  1. El miedo

Si nos obligan a confinarnos para que no se propague la infección, el primer temor que nos asalta es el de enfermar. Temor que se incrementa con el inventario de cifras que se transmitían por los medios… tantos contagiados, tantos muertos en nuestro país o en el de al lado, o en el de un lugar lejano, tantos enfermos en UCI, la capacidad restante de los hospitales. Y este miedo a la infección la teníamos para nosotros mismos y para aquellos que nos importan. La conjura del peligro, seguir las pautas de higiene, distanciamiento que profusamente se recomendaban… y que en general ha sido ejemplar, incluso a veces con algún rasgo de obsesividad (aquí hago una valoración psicopatológica) en algún paciente predispuesto a ella.

  1. La angustia

Cuando algún familiar cercano, víctima de la enfermedad, tenía que ser ingresado o precisaba UCI, la preocupación se desbordaba y el temor se convertía en angustia e indefensión. Muchas personas hemos tenido la experiencia de que ingresen a un familiar, pero le acompañábamos y se hacían todas esas pequeñas tareas que alivian a un enfermo, las noticias de la evolución se recibían en directo… en definitiva, estabas junto a la persona. Esta enfermedad ha tenido el rasgo de crueldad añadida de la soledad del paciente y la angustia de la espera para la familia. Soledad del paciente que se ha suplido con el teléfono o la tableta, cuando el enfermo tenía ánimo y podía, pero sobre todo por la dedicación del personal que lo atendía, enfermeras, auxiliares, camilleros, médicos y personal de limpieza (el orden es aleatorio, pero no quería olvidarme de nadie), luego hablaré sobre ellos.

  1. La indignación

Este sentimiento me lo voy a atribuir a mi misma, creo que compartido con muchas personas con las que he hablado a lo largo de estos días. Tres cosas me han provocado este enfado por la injusticia que representan (aún a sabiendas que es la situación más excepcional de mi vida).

La primera: lo poco que se ha cuidado de los sanitarios, paladines con escudos de papel y espadas de madera para matar al dragón y arrancar a la doncella de la prisión, esa es la imagen de cuento de terror que me viene cuando pienso en la falta de mascarillas, de equipos de protección, de respiradores, trabajando en unos  turnos exhaustivos, los contagios entre ellos… y alguna muerte cercana que pone nombre y apellido a la frialdad de las cifras.

La segunda: Las vidas perdidas en las residencias de ancianos. Vulnerables e indefensos, a expensas de no sé cual organismo oficial, porque a la vista del desastre cambió en medio del estado de alarma.

La tercera: Los pobres recursos que el país dedica a ciencia y sanidad. Se ha visto cómo en otros sitios se ha contenido mejor el problema haciendo pruebas diagnósticas desde el primer momento. No disponíamos de pruebas, no disponíamos de mascarillas… aquí solo cabe un gesto de impotencia.  

 

  1. La fatiga

También he apreciado un elevado nivel de fatiga en aquellas personas que teletrabajaban, sobre todo enseñantes y profesionales sanitarios. Los enseñantes porque rápidamente han tenido que adaptar clases, actividades, tutorías y demás al medio de pantalla plana, atendiendo a alumnos y sobre todo a padres de alumnos, que de todo hay, desde los despreocupados hasta los hiperexigentes… este colectivo ha vivido (y vive) toda la situación con un grado notable de estrés.

  1. El sosiego

Pues sí, para algunas personas (y no pocas) que vivían con un gran estrés ambiental, el hecho de que les obligaran a parar, a confinarse, les generó una calma y sosiego que les han mejorado, al menos de momento, las situaciones de ansiedad y tensión relacionadas con su ritmo de vida. 

  1. El estrés

Pero este sosiego no ha sido para todos… y aquí entran las circunstancias propias de la situación de confinamiento de cada cual: como sea la vivienda, cuántas personas residen en el domicilio, si hay niños pequeños a los que había que entretener, si se tienen hijos en edad adolescente, cómo te llevas con la pareja y las fricciones con ella que se agrandarán por la presencia constante del otro. Ni qué decir tiene que aquí hay tantos cuadros como hogares.

  1. La soledad

Entre las personas que viven solas tampoco son idénticas sus circunstancias. Las hay autosuficientes que resisten bien con fácil adaptación y en el otro extremo personas con un alto nivel de dependencia, quizá aliviada por la compañía de una empleada, pero que ha sido apartada mientras dure el riesgo de contagio. No se han contagiado del coronavirus pero si de esa otra infección que es la soledad.

  1. La apatía

A partir del segundo mes, empecé a observar una cierta desazón, abulia y apatía, incluso entre la gente que lo había llevado mejor, que eran aquellos que habían establecido rutinas y organizado bien su tiempo. Desconozco la causa, pero es posible que esa  exhaustiva organización conllevara una cierta falsedad. Nadie es capaz de ver tantos documentales de arte y museos sin ir al museo, tantas obras de teatro gratuitas sin ir al teatro, tanto tutorial de yoga sin estar en una clase con tus colegas de yoga. A todas esas actividades les faltaba el contacto humano y diverso, y creo que muchos cayeron en cierta apatía, somnolencia diurna, viajes a la nevera y a la despensa y sobreexposición a las series de ficción que nos desconectaban de la realidad. 

 

  1. El desconocimiento

Utilizo la definición de la RAE:

“Falta de información acerca de una cosa o de comprensión de su naturaleza, cualidades y relaciones.”

Quizá sea mas exacto referirse a las informaciones contradictorias que hemos ido recibiendo, por citar algunos ejemplos:

  • Mascarillas:
    • Primero, “no hacen falta para las personas sanas, solo para los sanitarios, incluso la OMS las desaconseja porque dan una sensación de falsa seguridad”.
    • Más tarde “se recomiendan las mascarillas si se presenta algún síntoma”.
    • Luego, “el gobierno entregará mascarillas, a través de… farmacias, en el metro… etc.”.
    • Algo después: “serán obligatorias las mascarillas en el transporte público”.
    • Y más tarde de nuevo (el viernes día 15 de mayo):  “no hay consenso con Sanidad, pero son altamente recomendables” y además según comunidades hay opiniones diferentes… y cuáles de ellas, higiénicas, quirúrgicas, FFP2, para quién y porqué. 

A ver, ¿nos aclararán algo tan simple? Creo que a pesar de la polémica, la mayoría de las personas nos encasquetamos la mascarilla, sea del tipo que sea o bien la que se tenga. En todos los ámbitos sanitarios es obligatoria, será por algo ¿no? Un breve comentario acerca del efecto mascarilla. Ahora frente al paciente ambos estamos con el artilugio. Parecemos dos cuatreros del Oeste… cuando menos se pierde parte de la gestualidad que tanta información nos proporciona acerca del estado de ánimo de nuestro interlocutor, aunque nos queda la mirada y esa proximidad (a 2 metros) que no tiene la videoconferencia.  Pero debe primar la seguridad del paciente y la de todos. 

  • Las fases de la desescalada:

Mira que la palabreja se las trae, no está en la RAE, leo las definiciones de su contraria “escalada” y son estas:

  1. Acción y efecto de escalar(trepar por una pendiente o a una gran altura). 
  2. Acción y efecto de escalar(entrar en una plaza fuerte valiéndose de escalas). 
  3. Aumento rápido y por lo general alarmante de algo, como los precios, los actos delictivos, los gastos, los armamentos, etc.

Vale, supongo que se refiere entonces al estado de “desalarma” , otro barbarismo, pero usado con este sentido. Como sea el vocablo utilizado  ¿hay algo más confuso y embarullado? Creo que en Barcelona el lunes pasamos a una fase intermedia entre 0 y 1 ¿0,5?

Ya se que es fácil la crítica, y no querría estar en ninguna de las funciones de los responsables de gestionar este pandemónium, pero lo que sí creo que alarma -y mucho- a los ciudadanos además de la pandemia y el propio «estado de alarma» es la guerra de guerrillas entre ministerios, partidos políticos y comunidades autónomas.

  1. La solidaridad

Existe, ha existido y se mantendrá, porque está impreso en nuestra naturaleza (la del ser humano). No me refiero a la solidaridad de balcón, aplauso y conciertos amateur, en esa no creo, personalmente me ha parecido una forma de “entretener” al personal fomentada por las instituciones. Me refiero a los gestos entre vecinos, las iniciativas de algunas empresas para hacer llegar comida y suministros a los más desprotegidos, los voluntarios que han seguido trabajando en los bancos de alimentos y muchos ejemplos de abnegación a pie de calle.  Y no olvidemos a aquellas personas que por trabajar en servicios imprescindibles (no solo los sanitarios) sino todos los demás han salido a la calle para que esto siguiera funcionando, de acuerdo que les pagan… ¿pero han cobrado por el riesgo?

  1. Las preocupaciones de hoy

Creo que estas preocupaciones, intangibles pero reales, generarán más problemas psicológicos por la incertidumbre que nos acecha:

  • ¿Cuánto durará esto?
  • ¿Será seguro ver a mi familia cuando nos lo permitan?
  • ¿Recuperaré mi trabajo? ¿Encontraré uno nuevo?
  • ¿Se dispondrá de una vacuna pronto?
  • ¿Cómo se abrirán los colegios, en qué condiciones?
  • ¿Volveremos a la normalidad o a que las cosas sean como antes?

Todas estas preguntas sin respuesta y muchas mas nos llevarán a un nivel de ansiedad anticipatoria que no me atrevería a calificar de patológica, pero que tendrá consecuencias en el bienestar de las personas: insomnio, somatizaciones, crisis de ansiedad y síntomas de tipo depresivo, como la desmotivación y la desmoralización que estarán a la orden del día.

Un colectivo especialmente afectado será el de los profesionales de la salud. Han vivido situaciones de gran estrés, dentro de un marco de incertidumbre y de peligro. Han visto caer a compañeros, han trabajado sin descanso y han sentido la frustración de ver morir a gente a pesar de sus esfuerzos, teniendo que comunicarlo a familias desesperadas. El sufrimiento y la experiencia puede generar cuadros como el de estrés postraumático. Y se supone que esto no ha acabado.

Por otra parte, la crisis económica que se avecina (si no está ya aquí) maltratará a muchos y a muchos niveles, en algunos casos incluso a la propia subsistencia y por supuesto a la dignidad. Estas personas estarán en claro riesgo de trastornos de ansiedad y depresión o cuando menos situaciones de adaptación con síntomas emocionales variados. 

  1. La pandemia sobre la patología psiquiátrica previa

Mi impresión, totalmente subjetiva, y basándome en mis pacientes, es que en los casos de trastornos mental severo, si el paciente se encontraba en fase aguda, la pandemia y el confinamiento han generado inconvenientes en el día a día (obtención de recetas, posponer visitas) pero se ha vivido con la indiferencia que genera el propio padecimiento. En algunos casos de depresión previa, sí que ha interferido en la evolución porque la falta de estímulos ambientales ha propiciado una rumiación recurrente sobre el malestar propio.

  1. El efecto del distanciamiento social

Esta medida ha sido necesaria para frenar el ritmo reproductivo del contagio y disminuir su propagación. Nadie lo niega, y hasta el momento ha sido la única arma (o parche) eficaz.

Pero el distanciamiento social tiene también su parte negativa: no voy a reiterar en lo referido anteriormente: angustia, preocupación, temores, sino en la falta de contacto físico.

Por ejemplo, los abrazos tienen efectos positivos sobre la salud: incrementan la confianza, reducen sentimientos de enfado, fortalecen el sistema inmune y disminuyen la tensión arterial y producen relajación muscular, todo ello mediado por la mas simpática de nuestras hormonas, la oxitocina. ¿A quién abrazarías ahora?

  1. ¿Hemos aprendido algo?

Amén de habernos convertido en epidemiólogos o virólogos de salón, no tengo claro el “optimismo” de algunos expertos sobre lo que hemos aprendido de nosotros mismos, de la naturaleza, de los cambios que hemos de establecer en la vida. Incluso creo que a pesar de la duración del peligro no cambiamos tan fácilmente de forma de vivir o de anhelos (o acaso nos cambió mucho la crisis económica del 2008 en adelante).

Portada de la edición original de la novela

 Planilandia

Se trata de una novela satírica escrita en 1884 por Edwin Abbott Abbott. Es una obra muy popular entre estudiantes de ciencia, porque resulta útil para el concepto de múltiples dimensiones, pero además es una sátira de la jerarquía social imperante en la época victoriana.

 

El abrazo

La imagen de la cabecera de esta página es “El abrazo” obra emblemática de la transición, cuyo autor Juan Genovés murió el pasado 15 de mayo.