Las personas que padecen del llamado trastorno de ansiedad generalizada viven su vida desde la preocupación continua. Esto es, los que padecen del TAG (siglas de este trastorno) habitan en una situación de permanente alarma, por lo que les ha ocurrido, les ocurre o les pueda suceder, interpretando casi todos los acontecimientos en razón a posibilidades catastróficas.

Todos hemos tenido la experiencia de la ansiedad. Supongamos que alguno de nosotros tiene que hablar en público ante una reunión de colegas. Es lógico que nos sintamos intranquilos, quizá tengamos las manos sudorosas y al iniciar nuestra charla, la voz se quiebre ligeramente. Incluso es bueno que tengamos esa ansiedad -que llamaremos reacción de estrés- ya que existe una cantidad de alerta/expectativa o motivación que mejora el rendimiento.

Pues bien, en la mayoría de las personas, una vez pasada la ansiedad anticipatoria inicial, estos síntomas van disminuyendo y nos hacemos con la situación. Sin embargo, entre el 3% y el 5% de la población general “mantienen” esta reacción de estrés de forma permanente… y a ello le denominamos “Trastorno de ansiedad generalizada”. En estos pacientes la percepción de estrés aparece en situaciones cotidianas sin necesidad que sean excepcionales, ya sea en el trabajo, en los estudios, en las relaciones personales, en definitiva, en la vida diaria.

La preocupación que presentan los pacientes con TAG es excesiva, persistente y desproporcionada, y cubre todos los ámbitos de su existencia. Así, pueden preocuparse por cuestiones económicas (al margen de su situación económica objetiva); temas familiares, tanto de la familia cercana como de la familia extensa; también siempre le dan vueltas a las relaciones interpersonales “le dije… me dijo”, “debería hacer esto… o lo otro”; y como no, a las relaciones sentimentales; a temas laborales o domésticos. Vaya, lo que en términos cotidianos se puede conocer como «ahogarse en un vaso de agua». 

TAG vaso-agua

Añadiría además que estas preocupaciones excesivas conllevan la sensación de que algún peligro que pueda presentarse en un futuro próximo se convierte en una certeza absoluta. Sin embargo, el paciente no tiene ninguna posibilidad de conjurar este peligro (imaginado y sobredimensionado) y por tanto siente el dolor o malestar por “lo que pueda ocurrir” y “porque nada puede hacer para evitarlo”.

Me explico con un ejemplo: supongamos que una madre está preocupada por el rendimiento académico de su hijo… que está en primaria. Al niño le gusta mucho mas jugar que aprenderse las tablas de multiplicar. La madre, entonces piensa que este niño va a tener un fracaso escolar, no va a poder estudiar una carrera universitaria… que «suspenderá» en la vida. Y así lo teme, lo cree y lo anticipa, viviendo con desazón cada aspecto de la vida escolar de su hijo (los deberes, la agenda, la lectura, los exámenes) sin querer,  “machaca” al niño con presiones continuas pero hasta es capaz de hacerle ella los deberes para que no le pongan una mala nota… Todo ello para evitar el desastre que ha previsto con tantísima antelación y sin considerar que es lógico que los niños quieran jugar. Entre estar atentos con la educación de nuestros hijos o sobrecogidos por el posible fracaso hay un tramo muy muy largo.

El paciente con ansiedad generalizada sabe y reconoce que la preocupación es excesiva y desproporcionada y también reconoce  que está fuera de su control… o bien que cuando cede el temor por alguna cosa en concreto, es muy probable que aparezca  otra cosa por la que estar angustiado. Ahora bien, las personas que sufren del TAG no siempre están  igual, sus síntomas oscilarán a lo largo del tiempo entre un vago malestar a una situación totalmente incapacitante.

Por otra parte, además del síntoma cognitivo de la preocupación, presentará otros síntomas físicos y psicológicos:  

  • Dificultades para relajarse, hallarse siempre en tensión.
  • Reaccionar excesivamente y con sobresalto ante estímulos ambientales corrientes, como ruidos…
  • Dificultades para concentrarse.
  • Problemas para conciliar el sueño, o despertarse con facilidad a lo largo de la noche.
  • Sentirse fatigado.
  • Somatizaciones como dolores de cabeza, dolores musculares, molestias digestivas y otras molestias inexplicables.
  • Temblores, tics o movimientos nerviosos.
  • Dificultades para tragar o coger aire.
  • Sudoración excesiva.
  • Sensaciones de mareo o inestabilidad.
  • Necesitar ir al baño continuamente.
  • Sentirse irritable y desasosegado.

Para poder realizar un diagnóstico de TAG según los criterios actuales (DSM-5) se precisa que tanto la preocupación como alguno de los síntomas acompañantes (por lo menos tres) estén presentes durante al menos los seis últimos meses. Esto es, es un cuadro con tendencia a mantenerse y a la cronificación.

La etiología (causas) del trastorno no están totalmente aclaradas.

  • Genética:

    • Parece haber un fuerte componente genético, ya que existe una agregación familiar importante. Algunos trabajos de investigación estiman que la contribución genética puede alcanzar hasta el 30%, todo ello basado en la concordancia del diagnóstico entre gemelos monocigotos (que es mayor, que entre gemelos dicigóticos, es decir que no comparten la totalidad del código genético). Además, los familiares de primer grado de las personas con TAG tienen una probabilidad más alta de sufrirlo (entre el triple y el cuádruple con respecto a la población general).
    • Asimismo, otros estudios han sugerido que algunas características de personalidad muy relacionadas con la ansiedad pueden heredarse.
    • Otro de los factores que apuntarían en este sentido, es que el Trastorno de Ansiedad Generalizada lo sufren las mujeres (en proporción doble a lo que lo padecen los varones).
    • Aunque no se ha identificado un gen o grupo de genes específico, la contribución genética es claramente apreciable.
  • Factores ambientales:

Es evidente que los factores ambientales pueden generar respuestas de ansiedad, especialmente en individuos predispuestos. Además, las estrategias de afrontamiento frente al estrés o la adversidad pueden aprenderse “en familia”.  De forma lógica, cabe pensar que la existencia de problemas “reales” en las áreas que preocupan al sujeto, pueden funcionar como desencadenantes o mantenedores de esta patología.