El simple hecho de vivir conlleva que durante este trayecto vital vayamos incorporando y perdiendo elementos (me resisto a decir cosas…). Las primeras pérdidas infantiles pueden referirse a un objeto, pero también si llega un hermano podemos perder nuestro lugar como hijo único, o vernos desplazados en la atención de los padres por tener que cuidar a otro ser mas indefenso que nosotros mismos.

En nuestra carrera hacia un mundo adulto, en la adolescencia perderemos al primer amor, a algún amigo, y afrontamos la gran pérdida de nuestra infancia, ya que por supuesto, al alcanzar esa discutible meta de “ser adulto” sufrimos otras pérdidas: un trabajo, una pareja, pero sobre todo la renuncia a los sueños que terminamos por asumir como inalcanzables.

De hecho, llegar a ser maduros (o mas o menos maduros) implica conocer que cada decisión supone una renuncia: si elijo esto no puedo escoger lo otro, y aunque los cambios y las elecciones nos enriquezcan también tienen algo de pérdida, porque salvo en las historias de ciencia ficción no podemos acceder a ese “universo paralelo” en que nos lanzamos hacia las otras opciones.

Vivir es perder, o al menos perder es una parte de vivir. Perdemos objetos, vivencias, lugares, amigos, momentos, ideales y sueños… e incluso lo más trágico es que también perdemos recuerdos.

Sin embargo, la pérdida mas devastadora que nos acontecerá (y de la cual nadie se libra) es la de la muerte de los seres queridos. (Excepto que no se tenga a nadie, si así es, la persona nada tuvo, nada atesoró).

¿Qué es el duelo?

El término duelo tiene su origen etimológico en el latín, procede de la palabra «dolus» que significaba, literalmente, «dolor». Así, aunque se trate, en principio, de una reacción adaptativa normal ante la pérdida de un ser querido, es una de las experiencias mas dolorosas de la vida y un acontecimiento vital de primera magnitud (en sentido negativo, lógicamente) y que se ha relacionado con la aparición de problemas de salud, especialmente de nuestra salud psíquica, ya que se contempla un mayor riesgo de depresión, ansiedad y abuso de alcohol y/o sustancias en ese momento.

El duelo es un proceso único e irrepetible, cambiante y cuya forma de presentación varía entre personas, familias, sociedades y culturas. Se puede considerar que el sujeto que sufre una pérdida es una víctima, un sujeto pasivo de una experiencia no elegida por la que tiene que pasar. En tiempos pretéritos se asumía que la persona no ejercía ningún control con la esperanza que “el tiempo lo cura todo”. Perspectivas mas novedosas defienden una concepción del duelo diferente, otorgando un papel activo al doliente, quien, para superar la pérdida, no solo tendrá que transitar por el dolor de la ausencia, sino que debería enfrentarse a una serie de desafíos o tareas para una adecuada elaboración del duelo.

Sin embargo, que estereotipadas me parece estas ideas de elaboración y superación del duelo, en muchas ocasiones.  Ya se que lo que escribo es “política” y “psicológicamente” incorrecto, pero es lo que pienso, o mejor dicho lo que entreveo y reflexiono a la vista de lo que acontece para quienes nos enseñan nuestro oficio, no sólo los autores clásicos o más recientes, sino que son nuestros pacientes, las personas que atendemos, cuidamos, curamos y sobre todo acompañamos los que nos muestran su dolor y sus vivencias. 

En 1969 la psiquiatra suiza-estadounidense Dra. Kübler-Ross desarrollo la teoría de las cinco fases del duelo en su libro “Sobre la muerte y el morir” (aunque en realidad es un realizado a través de entrevistas con enfermos terminales hospitalizados).  Tiene un mérito indiscutible, especialmente si conocemos las resistencias de las autoridades hospitalarias a que realizara esas entrevistas. En su libro se describen los resultados y observaciones mas consistentes de esta tarea. Entre otras cosas describió las fases de ese duelo anticipado del paciente ante la muerte, y estas mismas fases han servido de “corpus” para las terapias de elaboración del duelo.

  1. Fase de negación.
  • Es obvia, la negación de la realidad, a pesar de que se haya informado al paciente de su diagnóstico.
  • Referido al duelo se dice que esa negación puede inicialmente amortiguar el golpe de la muerte de un ser querido y aplazar parte del dolor, pero esta etapa no puede ser indefinida porque en algún momento chocará con la realidad.
  1. Fase de ira.
  • El enfermo se manifiesta agresivo, preguntándose por qué la enfermedad le afecta precisamente a él (o ella), pudiendo descargar esa agresividad en los seres cercanos.
  • En lo que se refiere al duelo, en este momento son característicos los sentimientos de rabia y resentimiento, así como la búsqueda de responsables o culpables. La ira aparece ante la frustración de que la muerte es irreversible, de que no hay solución posible y se puede proyectar esa rabia hacia el entorno, incluidas otras personas allegadas.
  1. Fase de negociación.
  • Se asume la proximidad de la muerte, pero pidiendo implícitamente ciertos plazos o condiciones.
  • En esta fase las personas que han perdido un ser querido pueden fantasear con la idea de que se puede revertir o cambiar el hecho de la muerte. Es común preguntarse ¿qué habría pasado si…? o pensar en estrategias que habrían evitado el resultado final, como ¿y si hubiera hecho esto o lo otro?
  1. Fase de depresión.
  • El paciente pierde interés por el mundo por el entorno que le rodea, le molesta la vitalidad que percibe a su alrededor, se encierra en sí mismo
  • En el duelo, la tristeza profunda y la sensación de vacío son características de esta fase, aspectos no referidos necesariamente a un cuadro depresivo clínico (aunque sí, vemos depresiones clínicas por duelos complicados en bastantes ocasiones) sino al conjunto de emociones vinculadas a la tristeza, que son naturales, inevitables y necesarias (para llamarnos humanos) ante la pérdida de un ser querido. Algunas personas pueden sentir que no tienen incentivos para continuar viviendo en su día a día sin la persona que murió y pueden aislarse de su entorno.
  1. Fase de aceptación.
  • En el caso de la enfermedad terminal, cuando el paciente asume y acepta en paz la situación.
  • En los aspectos relativos al duelo, una vez que se acepta la pérdida, el superviviente aprende a convivir con su dolor emocional en un mundo en el que el ser querido ya no está. Con el tiempo irá recuperando su capacidad de experimentar alegría y placer.

Ahora bien, repito, en las situaciones de duelo que veo a mi alrededor (ya sean pacientes, familiares o amigos) ni todas las personas pasan estas etapas, y mucho menos en este orden, incluso pasando de un momento a otro del día con diferente malestar, mejora la pesadumbre y algo nos divierte… y entonces nos sentimos culpables porque nunca mas podremos compartir eso.  El dolor se puede manifestar de mil maneras y esos momentos difíciles serán muy diferentes para cada doliente con su forma de ser, sus rasgos de personalidad, el cambio que implique en su forma de vivir… la ausencia, la añoranza, la soledad, la sorpresa por esa falta irremediable, no se corresponden a un listado establecido.

 

Niveles de vida

El escribir esta entrada a propósito del duelo ha sido producto de haber leído un libro (literatura no psicología). Se trata de un librito pequeño Niveles de vida del inglés Julian Barnes (1946).

Niveles de vida es una obra tan singular como repleta de atractivos, articulado en tres textos a la vez independientes y relacionados entre sí. En el primer texto “El pecado de la altura” Barnes narra la peripecia de los pioneros en globos aerostáticos, personajes históricos, decimonónicos y aventureros… El segundo texto “En lo llano” se centra en la curiosa relación entre la actriz Sarah Bernhardt y uno de estos apasionados de la aerostática, el coronel Fred Burnaby.

En el libro se dice:

“Juntas dos cosas que no se habían juntado antes. Y el mundo cambia. La gente quizá no lo advierta en el momento, pero no importa. El mundo ha cambiado, no obstante”.

De hecho, el tercer texto “La pérdida de la profundidad” la parte autobiográfica de la obra trata del duelo que acompaña la pérdida de un ser amado, en este caso, la esposa del autor:

“No todo el mundo, por supuesto, valora el amor conyugal”

Frase escrita por el protagonista, que explica que el día del entierro de su mujer leyó un pasaje tomado de una novela suya escrita treinta años atrás, en la que había intentado “imaginar como sería quedarse viudo para un hombre sexagenario”,  y que en su premonitorio escrito ya  expresaba sentimientos como la soledad, la carencia, la añoranza y el desamparo.

Julian Barnes y su esposa Pat Kavanagh

Barnes narrador en Niveles de vida escribe también:

“Hay quien cree que el duelo es una especie de autocompasión violenta pero justificable”.

Y esta parte está plagada de la autenticidad de la experiencia que relata, las relaciones que se establecen con su familia, amigos, conocidos, lo que le aconsejan, el silencio o la incomodidad que produce cuando habla de su mujer fallecida, entre otros muchos detalles. La hondura del sentimiento y de la reflexión sobre él hacen de esta breve narración un texto trascendente, con una gran intensidad cuando descarta la solución del suicidio porque entonces…

“Moriría por segunda vez, y mis luminosos recuerdos de ella se perderían en la bañera enrojecida”

O cuando medita acerca del significado que para la aflicción y el duelo tiene la propia muerte de Dios y el escaso alivio que le proporcionaron al autor como ser afligido sus amigos creyentes.

Texto muy recomendable, para los que han sufrido una pérdida transcendente y para todos, pues todos las sufriremos. Lamentablemente creo que está agotado en papel, en e-book se puede conseguir.