Cuántas veces he oído esta pregunta. Casi siempre lanzada por familiares de aquel que está sufriendo un cuadro depresivo.

Pregunta que contiene una esperanza vana, ya que el que la hace querría que el psiquiatra en ese momento diera una respuesta casi mágica… y le proporcione la clave para que podamos hablar al enfermo y decirle unas palabras que le calen tan hondo,  que sean tan certeras que desaparezca la aflicción de este ser querido.

Pues no. No existen palabras que hagan desaparecer una depresión. Ojalá fuera así. El dolor que siente el paciente con un cuadro depresivo es real, profundo e incomprensible para aquel que no lo sufre este estado de ánimo. Esto es lo primero que debemos decirle al atribulado familiar.

Pero entonces, le debemos proporcionar alguna guía ¿no es así? Vamos pues a intentar transcribirla:

1. En primer lugar, hay que informar al familiar de lo que significa tener una depresión

No se trata de un capricho, de una falta de voluntad, de una tristeza transitoria. Se trata de una enfermedad real e invalidante, que no solo afecta al estado de ánimo, sino que produce síntomas en la esfera física y también en la capacidad cognitiva.

tunel consuelo

 

2. La mayoría de las veces la depresión no es comprensible

Esto es, normalmente los familiares y amigos “comprenden” a una persona con depresión cuando le ha sucedido una desgracia, interpretando que ese hecho le ha minado la moral al enfermo. Así, hay algunas depresiones que a ojos de los demás parecen estar “justificadas”.

Pero en la mayoría de los casos la depresión no aparece como consecuencia de un precipitante psicosocial previo, e incluso puede ser que nuestro paciente depresivo “no tenga problemas”, es decir, tiene empleo y recursos, una familia que le quiere, amigos, posición. En estos casos el que el enfermo sufra de depresión es “incomprensible”, y se dice: “lo tiene todo”, e incluso a veces se llega a afirmar: “esto le ocurre porque no tiene problemas”.

Ahora bien, tanto en el primer como en el segundo caso, lo que los allegados no suelen entender cómo es qué el paciente persiste en su estado de ánimo lúgubre, no disfrutando del resto de las cosas de la vida, y desde luego no comprenden por qué no utiliza la voluntad para salir de esa situación.

En el fondo lo que sucede es que no se entiende que es una enfermedad del estado de ánimo y que por ello la tristeza ha quedado instalada como emoción primordial de la persona con depresión y ese es el núcleo de la enfermedad. Y que el paciente no puede luchar contra esa tristeza porque está formando parte de su ser. Sería algo así como decirle a una persona que padece diabetes que con la voluntad puede regular las hormonas pancreáticas.  

Bien, intentar aclarar los puntos 1 y 2, ya es una tarea ardua, porqué de hecho, he comprobado que incluso algunos médicos (no especialistas, claro está) no acaban de comprender que le sucede a una persona deprimida e incluso pueden adoptar una actitud impaciente o desdeñosa.

 

3. La familia debe ser paciente (tener paciencia)

 

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Y esto es así por varias razones:

  • En el mejor de los casos, e incorporando el tratamiento más exitoso, el proceso va a durar semanas (por no decir meses).
  • El paciente con un trastorno depresivo suele presentar alteraciones cognitivas, aunque sean leves. Es decir, le cuesta más trabajo atender y entender las cosas. Tareas que normalmente ejecutaba sin ningún esfuerzo le cuestan mucho, como realizar pequeñas gestiones telefónicas. No es una cuestión de falta de interés, sino que realmente el paciente con depresión sufre algún grado de “torpeza” mental, ya sea porque su mente está acaparada por sus lúgubres pensamientos o bien por el ligero déficit cognitivo que he mencionado.
  • Con todo esto el ritmo de la persona con depresión es más lento: falta de concentración, problemas de motricidad y descoordinación. Es importante que su entorno valore los esfuerzos que el paciente realiza y los resultados que obtiene, haciéndole saber que se dan cuenta de estas mejoras. En la consulta he observado que es muy habitual que los familiares minimicen estos avances, porque los comparan con lo que era y hacía la persona antes de sufrir un cuadro depresivo, y no con lo que ha mejorado desde que se inició su enfermedad.

4. Nunca culpabilizar al paciente

Uno de los síntomas característicos de los cuadros depresivos es el sentimiento de culpabilidad. El paciente se percibe a sí mismo como el único culpable de su mal, ya sea como consecuencia (e incluso en casos graves vivir la enfermedad como un castigo) a decisiones o indecisiones previas, a no saber tomarse la vida, a afligirse sin venir a cuento. Los pacientes llegan a interpretar acontecimientos diarios neutros o triviales como si probasen sus propios defectos.

Por esta razón, los comentarios de su entorno que pudieran reforzar estos sentimientos inadecuados, solo sirven para eso, para reforzar la desazón y encerrar todavía más al paciente en una burbuja de culpa y desesperanza.

Los sentimientos de culpa se extienden también hacia el padecimiento que ven en sus familiares: “Estoy haciendo sufrir a toda mi familia”, “mi marido es buenísimo, pero claro se cansará de mí” son comentarios habituales. Y desgraciadamente la familia suele decir cosas como “debes hacer un esfuerzo por tus hijos…”, “yo también lo estoy pasando muy mal”, consolidando sin querer la terrible culpabilidad que atenaza a su ser querido.

No olvidemos que la OMS considera que los trastornos depresivos son de los que más incapacidades producen a la población. El paciente con depresión no tiene “cuento”, su fatiga es real, no exagera.

5. La intervención en la vida del paciente debe ser cautelosa

Como es lógico, los familiares de pacientes con un cuadro depresivo quieren ayudarle a que recupere su vida anterior. Intentan que el paciente organice su vida y para ello también quieren dirigir los cambios que el paciente tiene que hacer.

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Sin embargo, la ayuda ha de ser muy cuidadosa. El paciente está enfermo pero la suya es una situación temporal. Hay que intentar que el trastorno no le limite y aprisione, pero no podemos ejercer nuestra ayuda con brusquedad y sin su consentimiento, hay que evitar las actitudes duras “para que reaccione de una vez”. Todo lo contrario, hay que ser compasivos evitando sobreproteger, en resumen, aliados no “jefes”.

El mejor consejo que se puede dar a un familiar de una persona con un cuadro depresivo es que le aliente a buscar ayuda profesional. No se puede cambiar un estado de ánimo bajo, la enorme tristeza que acompaña a una depresión con frases de aliento, por muy bienintencionadas que sean, y mucho menos con enfados o imposiciones.

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