No se trata de un trabalenguas, sino de los apelativos en los que se han ido colocando una serie de cuadros clínicos en los que –al no encontrarse correlato con una entidad médica- y a falta de hallazgos biológicos justificativos se prejuzga la participación causal de “factores psíquicos”.

Estos tipos de trastornos, y su continuo errar por las diferentes clasificaciones de los manuales al uso, ilustran la vigencia de un cierto “dualismo causal” en el sentido de que si una queja de un individuo no es por una lesión o una disfunción previamente descrita, entonces será psíquico, señalando así una la incapacidad de la medicina nosológica para incluir la semiología de las funciones del sistema  nervioso central.

Para intentar explicarme me referiré al “antiguo” término de psicosomático. Las teorías que se proponen para explicar dichos síntomas son muchas. Las explicaciones psicológicas proceden de las teorías psicoanalíticas en el sentido de que el paciente sufre algún tipo de conflicto que le lleva a la enfermedad y al padecimiento físico. Pero también existen hipótesis biológicas basadas en el concepto del síndrome general de adaptación y de la psicobiología del estrés.

Otra complicación que conlleva este concepto es que algunos de los trastornos que se consideran o consideraban psicosomáticos han dejado de serlo al demostrarse su base neural, como puede ocurrir en los llamados síndrome de sensibilización central.

Y por último, y no menos importante, es que en cualquiera de los casos se trataría de diagnósticos de exclusión. Supongamos, por ejemplo, que un paciente refiere náuseas y mareos. Se encuentra muy preocupado y angustiado por estos síntomas y se queja “en exceso” en opinión del médico al que consulta reiteradamente. Este paciente ha sido tratado con algún tratamiento sintomático de tipo digestivo, que no le funcionó, y puede ser despachado con el diagnóstico de “ansiedad”, “estrés” o algo similar… y un ansiolítico o un antidepresivo tipo ISRS. No niego la capacidad y el ojo clínico del médico de familia, pero antes de considerar a un paciente como “somatizador” hay que descartar cualquier etiología conocida.

 

El término psicosomático se “apeó” de las clasificaciones psiquiátricas con el DSM-III, pasando a llamarse estos cuadros “Trastornos somatomorfes”. En las siguientes revisiones de esta clasificación médica se han ido incluyendo y excluyendo diagnósticos hasta su versión del DSM-5 vigente desde 2013:

“Trastornos de síntomas somáticos y trastornos relacionados”

  • Trastorno de síntomas somáticos

Las personas con trastorno de síntomas somáticos suelen presentar múltiples síntomas somáticos que causan malestar o pueden originar problemas significativos en la vida diaria, aunque algunas veces solo aparece un síntoma grave (de tipo específico como dolor en alguna zona concreta o bien de tipo inespecífico, como la fatiga).

Los síntomas pueden estar o no asociados con otra afección médicas, ya que no se trata de diagnósticos mutuamente excluyentes.

Las personas con trastorno de síntomas somáticos tienen a presentar niveles muy elevados de preocupación por la enfermedad, evaluando sus síntomas corporales e interpretándolos como muy perjudiciales, llegando a ocupar los problemas de salud un papel central en la vida del individuo, y convirtiéndose en un rasgo de su identidad.

Casi siempre hay un alto grado de utilización de la atención médica, que rara vez alivia al individuo, pudiendo recibir atención de distintos especialistas por los mismos síntomas, que pueden prescribir diferentes tratamientos que acentúan la sensación de desvalimiento del paciente.

  • Trastorno de ansiedad por enfermedad

Aquí se ha incluido lo que siempre hemos conocido como “hipocondría” y también la nosofobia.  

El síntoma primordial es la preocupación por padecer o contraer una enfermedad grave. No existiendo síntomas somáticos o ser estos muy leves. La alarma sobre el estado de salud es contante y excesiva, como lo son sus comportamientos en relación a esta.

  • Trastorno de conversión (trastorno de síntomas neurológicos funcionales)

En este trastorno puede haber uno o más síntomas de diversos tipos, y muchos clínicos utilizan los nombres alternativos de “funcional” o “psicógeno” para nombrarlos.

Los síntomas que presenta el paciente representarían una alteración de la función motora o sensitiva y los hallazgos clínicos aportarían pruebas de la incompatibilidad entre los síntomas y las afecciones neurológicas o médicas reconocidas.

 

  • Factores psicológicos que influyen en otras afecciones médicas

Se trata de que aunque la persona presenta una afección médica que no se trate de un trastorno mental, a la vez presente factores psicológicos o conductuales que afectan negativamente a la misma, ya sea influyendo en su evolución, interfiriendo en el tratamiento o exacerbando los síntomas.

Esta categoría diagnóstica es sumamente imprecisa ya que parece un cajón de sastre de “todo aquello que no funciona bien” cuando se presenta una enfermedad física.

El manual describe que las afecciones médicas implicadas pueden ser:

  • Con una fisiopatología clara (diabetes, cáncer, enfermedad coronaria)
  • Síndromes funcionales (migraña, síndrome del intestino irritable, fibromialgia)
  • Síntomas médicos idiopáticos (dolor, fatiga, mareos).

 

  • Trastorno facticio

En su momento (con el DSM-III) ocuparon un apartado dentro de las categorías de enfermedades mentales y llegó a tener un nombre propio que era el de “Síndrome de Munchausen”.

La característica esencia del trastorno facticio es la simulación de signos y síntomas médicos, en uno mismo o en otros, asociada a un engaño identificado. Los individuos con este trastorno pueden buscar ayuda médica y tratamiento para aquella lesión que han provocado.

Aunque puede existir una afección médica preexistente, a parece un comportamiento engañoso asociado con la finalidad de que los demás les consideren gravemente enfermos (ellos mismos o alguien a su cuidado), organizan su vida en torno a ambientes médicos.

Este cuadro, aunque al parecer y afortunadamente de baja prevalencia, ha sido retratado en diversas películas (especialmente el llamado “por poderes” cuando un adulto infiere lesiones a una persona, normalmente menor, a su cuidado).

Existen además dos categorías residuales, de «Otros trastornos de síntomas somáticos». Como vemos en todo este batiburrillo de trastornos agrupados bajo el epígrafe de “síntomas somáticos” poco tienen en común. Ahora bien, no seré yo quien enmiende la plana a los expertos que organizan los criterios diagnósticos de nuestra especialidad.

El barón de Munchausen

Karl Friedrich Hieronymus, barón de Münchhausen, es un personaje real que vivió entre 1720 y 1797. Sirvió en su juventud al duque alemán de Brunswick y mas tarde se alistó en el ejército ruso, en el que permaneció hasta 1750 participando en dos campañas militares contra los turcos. A su regreso narró varias historias increíbles sobre sus aventuras, que incluían cabalgar sobre la bala de un cañón, viajar a la luna y salir de una ciénaga estirándose de su propio cabello.

Estos relatos fueron recopilados y publicados por un autor anónimo en 1781 y en 1785 Rudolf Raspe, un escritor alemán las amplió componiendo un personaje literario cómico, bufón y estrafalario.

Las narraciones fabulosas del barón de Munchausen poco tiene que ver con la simulación o autolesión, salvo la fantasía y excentricidad con que el paciente que presenta un trastorno facticio puede ejecutar sus autolesiones y su discurso explicativo.

Las aventuras del barón de Muchausen han tenido distintas adaptaciones cinematográficas, la primera un delicioso corto de Georges Méliès, rodado en 1911 y la última y más conocida la firmada por Terry Gillian en 1988.