¿Qué nos cuenta la RAE?

 

pánico

Del lat. mod. panicus, y este del gr. Πανικός Panikós.

  1. adj. Referente al dios Pan.

  2. adj. Dicho del miedo o del terror extremado o muy intenso, y que a menudo es colectivo y contagioso. 

Todos hemos experimentado miedo, es una de las emociones básicas y está en nuestra naturaleza sentir miedo, ya que nos impulsa a creer que va a suceder algo negativo, algún peligro… incluso sin la existencia real de ese peligro que pudiera ser imaginario, el miedo puede ser muy real.

Se trata de una emoción muy útil para escapar o evitar los peligros, aunque también puede ser una barrera que se interponga o bloqueo el disfrute de algo, o impedir el trascurso de una vida normal. En realidad, todas las situaciones clínicas que denominamos trastornos de ansiedad tienen como denominador común el miedo (aparecido en momentos en que no nos es preciso padecerlo).

Pues bien, una de las experiencias más desagradables (no quiero utilizar la hiperbólica de aterradora) es haber experimentado un ataque de pánico (en su denominación anglosajona que ha hecho fortuna y desplazado a la hispana crisis de ansiedad).

Los ataques de pánico suelen comenzar de forma súbita, sin advertencia. Pueden aparecer en cualquier momento, sin que previamente se encuentre más nervioso ni haya ocurrido un desencadenante que lo justifique, en plena conducción, esperando en una tienda, en una reunión de negocios, en clase e incluso estando profundamente dormido.

Los ataques de pánico tienen muchas variantes, pero los síntomas suelen alcanzar su punto máximo en cuestión de minutos, y desaparece también en un período de tiempo limitado que puede oscilar entre los quince minutos y una hora.

Los síntomas comprenden un amplio abanico de percepciones, entre las más habituales:

  • La sensación de ahogo (disnea), dificultad para respirar.
  • Dolor o presión en el pecho que normalmente se acompaña de taquicardia y palpitaciones.
  • Sudoración aumentada, normalmente en las manos.
  • Temblores primero en extremidades superiores, pero que pueden comprometer a todo el cuerpo, la persona se siente como sacudida por una corriente eléctrica.
  • Sequedad de boca, intensa y desagradable
  • Falta de regulación térmica, normalmente se percibe mucho calor, pero también puede notarse mucho frío o alternar ambas sensaciones.
  • Sensación de mareo o percepciones vertiginosas, que además pueden acompañarse de dolores de cabeza.
  • Molestias en el abdomen, que pueden ir desde una leve incomodidad a sensaciones de nausea y vómitos.

Pero como ya he dicho además de los síntomas corporales el paciente vive una sensación de miedo intenso, se encuentra aterrorizado por lo que le está sucediendo.  Por ello es habitual que también tenga la sensación de haber perdido el control, de tener que escapar del sitio donde se encuentra para coger aire, precisa ser atendido de inmediato porque percibe esa vivencia de desgobierno que es interpretada como si hubiera perdido la razón o fuera a morir en ese instante.

Esta experiencia suele alcanzar su máxima intensidad en cuestión de pocos minutos y su duración -en promedio- como he mencionado puede llegar a una media hora, pero prolongarse también un poco mas. Durante el ataque de pánico es fácil que la persona presente un llanto incoercible debido al propio temor. Cuando finaliza la crisis nota un cansancio extremo cercano a la extenuación.

Es muy posible que, al sufrir esta pléyade de síntomas y algunos de tipo cardiovascular, el paciente sea trasladado a un centro de urgencias y atendido. También es muy frecuente que, por la propia duración del suceso, cuando llegue al centro médico se encuentre mejor, se le haga alguna exploración que descarta una causa orgánica inmediata y se le “despache” con una medicación inyectable o sublingual de una benzodiacepina y un informe de crisis de angustia. Actuación médica correcta, claro está, pero posiblemente en el atareado servicio de urgencias se dispondrá de muy poco tiempo para explicarle y tranquilizarle.

Porque una cosa es segura. El sufrir un ataque de pánico en el que se ha experimentado miedo superlativo conlleve temor a volverlo a experimentar, con lo que el nivel de ansiedad y anticipación del paciente queda comprometido.

Este temor lleva al paciente a evitar algunas situaciones y localizaciones, y elude determinadas cosas:  Por una parte aquellas que pudieran asemejarse al momento o lugar de su primera experiencia con la crisis de pánico;  por ejemplo, si le paso en un supermercado, no irá a este establecimiento, por supuesto… pero también es posible que realice lo que denominamos una generalización excesiva, y no solo no vaya al súper, ni ese ni otro, sino que procure evitar alguna tienda donde se hace cola en la caja, donde haya una luz o pueda haber mucha gente. Además, es probable que empiece a considerar todas las localizaciones en función de si puede o no recibir ayuda en el caso de que tener un nuevo ataque de pánico. Y ello le lleva a mayores conductas de evitación, estrechando los límites de su vida.

Algunas personas “afortunadas” sufren de uno o dos ataques de pánico en su vida, pero éstos no se reproducen. No es lo habitual, de hecho para el diagnóstico de trastorno de pánico solo se precisa que tras haber acaecido uno de estos episodios la persona afectada experimente:

  • Inquietud o preocupación continua acerca de la posibilidad de sufrirlos de nuevo o de sus consecuencias (perder el control, tener un ataque al corazón o volverse loco).
  • Un cambio significativo de mala adaptación en la conducta en relación con el hecho de haber sufrido un ataque, esto es, evitar el ejercicio, situaciones no familiares o bien situaciones similares a aquella en que se experimentó el primer ataque.

La prevalencia estimada para el trastorno de pánico se sitúa entre el 3-4% en los adultos y adolescentes. Aunque se decía que la media de la edad de inicio de los síntomas se situaba entre los 20 y los 24 años, cada vez estamos viendo presentaciones del trastorno en gente más joven. Como casi todo en ansiedad, es más frecuente en mujeres, aunque la presentación clínica es similar en ambos géneros.

¿Quién da nombre el pánico?

 

La palabra pánico y su acepción de miedo cerval o terror, deriva de aquello relativo al dios griego Pan. Este ser mitológico era hijo de Hermes y de una de las hijas del rey Dríope, el primero en ocupar la península helénica. De esta unión nació un niño que fue repudiado y abandonado por su madre en el bosque, por su terrorífico aspecto, mitad humano y mitad caprino. Le cubría una espesa mata de pelo y sus extremidades inferiores eran robustas patas con pezuñas hendidas, y de su frente partían dos cuernos para completar ese aire bestial.

En el bosque, creció solo como un animal, y como estaba resentido con el mundo, Pan se dedicaba a asustar a todos los seres vivos que pasaran por sus bosques, causando gran terror. Su padre Hermes se apiadó de él y lo llevó al Olimpo donde los dioses percibieron el talento que poseía para la música, a pesar de su fealdad. Regresó al mundo de los humanos convertido en el diosecillo de rebaños y pastores.

Tratamiento del trastorno de pánico

Como Hermes, la psiquiatría actual puede hacer que el aterrador trastorno de pánico pueda tratarse y sacar al paciente del terror permanente para que pueda llevar a cabo una vida normal, y ojalá, en contacto con la naturaleza. De los tratamientos hablaremos en otra entrada.