El trastorno de pánico es aquella forma de ansiedad en la que los pacientes sufren crisis de pánico de forma recurrente, esto quiere decir que las crisis se repiten, de forma inesperada, porque no hay una señal obvia de amenaza o un desencadenante en el momento de la aparición de los síntomas.

¿Qué es un ataque de pánico?

La persona que sufre un ataque o crisis de pánico se ve envuelta en una tremenda oleada de malestar y miedo intenso, casi terror, de forma repentina. Por si fuera poco, se acompaña de una serie de síntomas corporales que van aumentando el desasosiego de quien los padece.

Estos síntomas comprenden un amplio abanico de percepciones, entre las más habituales:

  • La sensación de ahogo (disnea), dificultad para respirar
  • Dolor o presión en el pecho que normalmente se acompaña de taquicardia y palpitaciones
  • Sudoración aumentada, normalmente en las manos
  • Temblores primero en extremidades superiores, pero que pueden comprometer a todo el cuerpo, la persona se siente como sacudida por una corriente eléctrica
  • Sequedad de boca, intensa y desagradable
  • Falta de regulación térmica, normalmente se percibe mucho calor, pero también puede notarse mucho frío o alternar ambas sensaciones
  • Sensación de mareo o percepciones vertiginosas, que además pueden acompañarse de dolores de cabeza.
  • Molestias en el abdomen, que pueden ir desde una leve incomodidad a sensaciones de nausea y vómitos

Pero como ya he dicho además de los síntomas corporales el paciente vivencia una sensación de miedo intenso, se encuentra aterrorizado por lo que le está sucediendo.  Por ello es habitual que también tenga la sensación de haber perdido el control, de tener que escapar del sitio donde se encuentra para coger aire, precisa ser atendido de inmediato porque percibe esa vivencia de desgobierno que es interpretada como si hubiera perdido la razón o fuera a morir en ese instante.

Esta experiencia suele alcanzar su máxima intensidad en cuestión de pocos minutos y su duración -en promedio- puede llegar a una media hora. Durante el ataque de pánico es fácil que la persona presente un llanto incoercible debido al propio temor. Cuando finaliza la crisis nota un cansancio extremo cercano a la extenuación.

Evolución del trastorno de pánico

Aunque no son de larga duración, para la persona que lo ha sufrido han sido los momentos más largos de su vida, ya que la experiencia resultó tan inquietante y desagradable que teme que le vuelva a suceder… de hecho lo habitual es que sufrir un ataque de pánico “deje huella” en quien lo padece.  

Este temor lleva al paciente a evitar algunas situaciones y localizaciones, y elude determinadas cosas:  Por una parte aquellas que pudieran asemejarse al momento o lugar de su primera experiencia con la crisis de pánico;  por ejemplo, si le paso en un supermercado, no irá a este establecimiento, por supuesto… pero también es posible que realice lo que denominamos una generalización excesiva, y no solo no vaya al súper, ni ese ni otro, sino que procure evitar alguna tienda donde se hace cola en la caja, donde haya una luz o pueda haber mucha gente. Además, es probable que empiece a considerar todas las localizaciones en función de si puede o no recibir ayuda en el caso de que tener un nuevo ataque de pánico. Y ello le lleva a mayores conductas de evitación, estrechando los límites de su vida.

Y por supuesto, si se repiten las crisis la persona irá ampliando los “lugares peligro”:

  • en transporte público:
    • “metro, que horror, bajo tierra” “cómo saldré si el metro se para…”
    • “avión, si hombre… no, no puedo, nunca he tenido miedo a volar, pero me veo incapaz de estar unas horas en un sitio sin poder moverme”
    • “en tren… no, no, ahora no pueden bajarse las ventanillas y me ahogo”
    • “coger un taxi, no sé si el conductor me auxiliará y me querrá llevar a urgencias”
  • en un cine o espectáculo:
    • “¿dónde estará la salida de emergencia?”
    • “que peligro… cuanta gente…”
  • en una aglomeración:
    • «pero… ¿cómo voy a ir a las rebajas? que mareo, seguro que tendré una crisis, ya me pongo nerviosa solo de pensarlo»
  • en un ascensor:
    • “… qué horror si se para, me faltará el aire”
  • en un lavabo:
    • “si me quedo encerrado, uf, que angustia solo de pensarlo”
  • en espacios abiertos:
    • “sé que es una tontería, pero solo pisar la calle ya me siento inseguro”
    • “no puedo cruzar un puente, sobre todo si es alto, la sensación de vacío parece que me atrae y es algo muy desagradable”

Estos pensamientos surgen automáticamente, porque el cerebro de la persona afectada es rapidísimo en la interpretación de la señal de alarma, y en muchas ocasiones no podemos discriminar si aparecen primero los síntomas fisiológicos producto de la activación del eje hipotálamo-hipófisis-adrenal y tras este disparo viene el pensamiento, o si la secuencia es la inversa, el propio pensamiento del sujeto se convierte en amenaza y desencadena la totalidad de la respuesta fisiológica. 

Además, es más que probable que si se van reproduciendo las crisis, el paciente empiece a considerar todos los lugares por los que se desenvuelve como nuevos sitios potencialmente peligrosos, en función de si puede o no recibir asistencia si tiene un nuevo ataque de pánico. Y ello le lleva a ampliar sus conductas de evitación, por lo que intentará no conducir solo, ni alejarse de su domicilio, ni estar en un nuevo barrio o por supuesto tampoco acudir a una población desconocida, donde no conoce en que lugar se encuentran los hospitales o centros de urgencias.  

Entre unas cosas y otras, cualquier desplazamiento se vivencia como “muy peligroso” por el paciente: los que ya hemos mencionado, lugares en que puede haber mucha gente, transportes públicos, espacios abiertos, espacios cerrados… incluso lugares o situaciones cotidianas se convierten en un suplicio: la espera entre platos en un restaurante es una tortura (“me tengo que sentar en ese lado, así puedo salir”); en una reunión de trabajo o incluso en una reunión en el colegio de los niños (“si me encuentro mal, ¿cómo digo que tengo que salir? qué vergüenza, mejor me excuso”), porque a la vivencia de peligro se añade la de vergüenza… “no quiero montar un numerito ante mis jefes (o mis compañeros, o mis empleados)” “Qué bochorno, pensarán que soy alguien débil que no puede controlarse”.

Agorafobia

Entonces el paciente no sólo presenta el diagnóstico de trastorno de pánico, sino que ha desarrollado una agorafobia (el nombre no puede ser más engañoso, ya que literalmente sería fobia a espacios abiertos). Pero agorafobia remite al miedo provocado por la exposición real o anticipatoria de una amplia gama de situaciones, las que he ido describiendo.

Epidemiología del pánico y la agorafobia

La prevalencia anual del trastorno de pánico es muy alta en los estudios epidemiológicos realizados en Estados Unidos, más del 11% entre adultos. Curiosamente las estimaciones de prevalencia en los países europeos son mucho más bajas (afortunadamente para nosotros) algo superior al 3%. Las mujeres se ven afectadas en una proporción muy superior.

De estas personas con trastorno de pánico, la mitad desarrollarán agorafobia (esto es que su prevalencia es de alrededor de 1,7%. Hay personas que presentan agorafobia sin que hayan tenido antecedentes claros de crisis de pánico, siendo estos casos más rebeldes a los abordajes terapéuticos.

El «juguetón» Dios Pan

La palabra pánico y su acepción de miedo cerval o terror, deriva de aquello relativo al dios griego Pan. Este ser mitológico era hijo de Hermes y de una de las hijas del rey Dríope, el primero en ocupar la península helénica. De esta unión nació un niño que fue repudiado y abandonado por su madre en el bosque, por su terrorífico aspecto, mitad humano y mitad caprino. Le cubría una espesa mata de pelo y sus extremidades inferiores eran robustas patas con pezuñas hendidas, y de su frente partían dos cuernos para completar ese aire bestial.

En el bosque, creció solo como un animal, y como estaba resentido con el mundo, Pan se dedicaba a asustar a todos los seres vivos que pasaran por sus bosques, causando gran terror. Su padre Hermes se apiadó de él y lo llevó al Olimpo donde los dioses percibieron el talento que poseía para la música, a pesar de su fealdad. Regresó al mundo de los humanos convertido en el diosecillo de rebaños y pastores.

Un corto animado de Disney, realizado en 1930, nos muestra a un divertido Pan, capaz de provocar pero también resolver los mayores desastres.