El síntoma conocido como “fobia de impulsión” se refiere a vivencias, pensamientos, sensaciones e incluso impulsos “visualizados” que percibe una persona en relación a llevar a cabo una acción que en el fondo no es deseada.

La fobia de impulsión es un síntoma frecuente, tremendamente molesto y doloroso que hace sufrir sobremanera a la persona que lo padece. Tal como he descrito imaginemos que alguien tiene un pensamiento del tipo:

“Y si ahora cojo este vaso y lo tiro al suelo…”

e imagina cómo se rompe, es posible que ésta sea una idea que le puede incomodar pero lo más probable es que no le resulte dolorosa. Ahora bien, en la fobia de impulsión los pensamientos no suelen ser tan anodinos, sino que en la mayoría de las ocasiones es que aquello que se piensa  implica alguna acción de resultas de la cual se haría daño a alguien, a uno mismo o bien a otro individuo, o se cometería un acto desafortunado en grado sumo, y que –insisto- aquella persona no desea realizar de ninguna de las maneras. Pongamos ejemplos:

 “Ahora que está la ventana abierta, y si se me ocurre lanzarme al vacío”

“¿Y si cojo este cuchillo y se lo clavo a alguien?”

Seguro que estos otros pensamientos no le dejará indiferente.

Vamos a analizar el primero de ellos:  A ver, la persona sabe que no tiene ningún deseo de precipitarse por la ventana y hacerse daño o quizá morir, pero le extraña su propio pensamiento, le asusta enormemente, y además empieza a preguntarse que ya que están pensando eso ¿no será porque en el fondo lo deseo? o alguna cosa similar… con lo que probablemente –y si el pensamiento se repite- al cabo de un tiempo no se acerque a las ventanas abiertas, no salga al balcón y se observe a sí mismo y a sus ideas con total desconcierto y desconfianza.

La clave es que la persona sabe que no quiere realizar la acción que se le pasa por la cabeza, pero tiene miedo a perder el control y llegar a ejecutarla. Y con ello se va introduciendo una necesidad de “comprobación” de lo que se está pensando, se le da relevancia a dichos pensamientos, se les analiza y el sujeto empieza a preguntarse cuestiones acerca de ellos:

¿Y si lo pudiera hacer de verdad?

¿Cómo puedo pensar estas cosas?

¿Si lo pienso es porque lo quiero?

No soy buena persona, porque mira que cosas se me ocurren

¿Me estaré volviendo loco?

No conocía esta parte de mí, mi lado oscuro…

Todo ello en un bucle que va incrementando la ansiedad y con ella parece aumentar el propio disparatado pensamiento que inicialmente le aturdió y al cabo de poco tiempo es un estímulo espantoso. Este análisis del propio pensamiento se denomina “metacognición”… y entonces es cuando la idea inicial adquiere relevancia, no porque la persona vaya a hacerse daño a sí mismo o a otros, sino porque el sujeto afectado realiza una interpretación (casi siempre muy negativa) de lo que significa tener esas ideas, desarrollando un ejercicio de rumiación constante.

Para aquellas personas que en algunas ocasión hayan experimentado este síntoma hay que afirmar con total contundencia que es totalmente improbable que lo pensado en ese momento se convierta en un acto real.  

Por otra parte, existe una creencia errónea (y característica de las fobias de impulsión y sobre todo si el individuo sufre de un trastorno obsesivo-compulsivo,  es la sobreestimación de la probabilidad de que algo se cumpla o se haga realidad por el mero hecho de pensar en ello.

La fobia de impulsión es un síntoma, no un síndrome, y como tal síntoma puede aparecer en diferentes trastornos psíquicos, casi siempre será:

  • Trastorno obsesivo compulsivo
  • Trastorno de ansiedad generalizada
  • Estados de estrés post-traumáticos
  • Algunos estados depresivos

Dentro de los cuadros depresivos, es bastante común que en las depresiones post-parto (no, en el cuadro llamado baby blues, que suele durar pocos días) las madres, experimenten pensamientos desagradables hacia sus bebés… pensamientos que son vividos con auténtico terror, ideas de culpabilidad, miedos y una gran zozobra.

Este síntoma además tiene un componente de avergonzar sobremanera a la persona que lo experimenta:

¿Cómo puedo pensar semejante cosa?

Y cuando en situación clínica se atreve a explicarlo o se le pregunta por ello, el paciente suele experimentar un gran alivio al darse cuenta de que no ha sido la única persona en el mundo que ha pensado semajantes desatinos. Alivio, sí, pero no curación, por lo que el médico deberá valorar cuidadosamente de que patología se trata para que el afectado reciba el tratamiento más adecuado, que casi siempre incluirá un antidepresivo de tipo inhibidor selectivo de la recaptación de serotonina, y un tratamiento psicológico adecuado.