LA NOTICIA
Hace casi un mes, fue el 13 de noviembre, París sufrió una serie de atentados que acabaron con la vida de ciento treinta personas (en recuento del día siguiente) y de más de cuatrocientos heridos. A ellos hay que sumar los siete terroristas que se autoinmolaron en las horas posteriores, y seguramente alguno de los entonces heridos haya pasado a engrosar el número de fallecidos. Una fatal estadística…
Como en un guión cinematográfico, los ataques se produjeron en distintos puntos de la ciudad, y las víctimas no eran personas representativas, ni cargos públicos ni fuerzas de seguridad, sino ciudadanos normales y corrientes, que pasaban la noche del viernes en un ambiente festivo: un partido de fútbol, un concierto, restaurantes… Los atentados produjeron una fuerte conmoción en Francia, y una tremenda y también conmocionada reacción internacional. Sin embargo, el número de víctimas en los atentados de Atocha de Madrid en marzo de 2004 fue superior, allí se alcanzaron 191 víctimas el primer día.
Supongo que todo lo que se tenía que decir se ha dicho. Las reacciones de solidaridad internacional, la perplejidad, la indignación, el análisis político, las motivaciones de los terroristas y el caldo de cultivo en el que han crecieron esos europeos de tercera generación, la influencia de los videojuegos en la mentalidad de los que atentan, el Islam y el islamismo, la mentalidad de los radicales,  las redes sociales y su utilización como fuentes de persuasión, y un larguísimo etcétera.
Y también mucho se ha hablado de cómo nos duelen más las víctimas cercanas, de estilo de vida parecido al nuestro. Eso es cierto, nos sorprenden y atemorizan más estos atentados que todos los que ha habido en países más lejanos, de religión musulmana, países más pobres y más desesperanzados que nosotros, la opulenta y permanentemente en crisis sociedad occidental.
De todo lo que sucedió destacaría varias cosas:
  • El papel del teléfono móvil y las redes sociales, tanto en la búsqueda y geolocalización de las personas, como en el hecho de que muchos parisinos organizados a través de twitter abrieron sus casas a las personas que huían de los lugares atacados y no sabían dónde ir. También se organizó la llamada para las donaciones de sangre a través del teléfono móvil. La solidaridad del siglo XXI, cibernética y en red.

 

 

  • La magnitud de las reacciones, también en la red. He visto los colores de la bandera francesa tiñendo perfiles de whatsapp, de facebook, de twitter… e iluminando también monumentos en todo el planeta.

 

 

 

  • La reacción institucional francesa ante la tragedia y lagrandeur de la puesta en escena de la misma -no me refiero a la respuesta militar- sino a la solemnidad del ejecutivo francés cerrando filas en torno a su presidente y su bandera.

 

 

 
 
Pero ahora quedan las víctimas, que puestos a clasificar también son de diferentes tipos:
 
  • Las víctimas directas e irreversibles, los fallecidos. Vidas segadas, caminos sin futuro, historias sin final.
  • Las víctimas indirectas, aquellos que arrastrarán el dolor de haber perdido a sus seres queridos en ese instante cruel.
  • Los familiares de los terroristas, franceses o belgas de adopción y posiblemente integrados (o no) en los países en los que viven, y que se debaten entre el amor a los suyos y el dolor que los suyos han provocado. 
  • Los heridos, que tienen ante sí un duro camino, el de la recuperación física y psíquica. Con la ambivalencia y la responsabilidad de saberse vivos. Posiblemente también han perdido algún ser querido, y seguramente también creyeron que morirían.
  • Los supervivientes de los atentados, especialmente aquellos que fueron rehenes. Que vieron el horror y seguro que se dijeron a sí mismos “esto es el fin.
  • Y todos los demás, espectadores de la tragedia más o menos cercana. Vecinos de París, vecinos del mundo que lo vimos en televisión, que nos afligimos por todos ellos y sobre todo por nosotros mismos, porque nos puede pasar también… Y que ya casi -en menos de un mes- lo hemos olvidado.
 
 

 

Y un poco de psicopatología:
El malestar psicológico tras la exposición a un acontecimiento traumático es bastante variable. En algunos casos, los síntomas se pueden entender dentro de un contexto basado en el miedo y la ansiedad. Sin embargo, está comprobado que muchas personas expuestas a dichos acontecimientos traumáticos exhiben como características clínicas síntomas de anhedonia (dificultad para gozar de las cosas) y disforia (irritabilidad) exteriorizados como síntomas de enfado y hostilidad. También pueden presentarse síntomas disociativos.
Los criterios actuales de clasificación han diferenciado entre trastorno por estrés agudo y trastorno de estrés postraumático. Aunque el cuadro clínico es similar, en el primero la duración de los síntomas no excede al mes después de la exposición del evento traumático, es decir, que el primero es un cuadro de menor gravedad, especialmente por la autolimitación.
Así, el TEPT sigue siendo el cuadro nuclear tras un trauma. En estos pacientes los síntomas no se corresponden a una exageración de la respuesta normal de estrés, sino que existen diversos indicadores biológicos que representan una respuesta específica.
Lo más sobresaliente es la re-experimentación persistente de la vivencia traumática. Imaginemos esta experiencia, es estremecedor el hecho de vivir un acontecimiento de tal impacto y que ha supuesto un peligro vital, y la persona lo ha percibido como tal, un riesgo para su vida. Pues si desarrolla un “trastorno por estrés postraumático”, a aquella persona le puede suceder:
  • Tener recuerdos del acontecimiento, de forma repetida e intrusiva y que lógicamente provocan un gran malestar.
  • Soñar sobre el hecho, también de forma repetitiva.
  • Tener la sensación de que el trauma está sucediendo de nuevo, reviviendo la experiencia e incluso tener ilusiones auditivas o visuales yflashbacks, como sucede en ocasiones. 
  • Al exponerse a estímulos que recuerdan el hecho traumático, vivenciar un intenso malestar psíquico. 
 

 

·     Imaginemos a las personas que estuvieron como rehenes en la sala Bataclan, ¿qué sensaciones tendrán cuando acudan a un local donde se haga un  concierto? Vaya, si vuelve a estar en una situación similar… o quizá nunca pueda recuperar esta forma de ocio.
El trastorno de estrés postraumático se asocia con altos niveles de discapacidad social, ocupacional y física, así como con elevados costes y altos niveles de utilización de los servicios médicos. Así, sabemos el número de víctimas físicas, fallecidos y heridos, pero no sabemos el número real de víctimas entre la población superviviente, que pueden decirse a sí mismos “he tenido suerte…” pero a la vez cargarán con las secuelas del recuerdo lacerante de la atrocidad.
 
 

 

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