Leo en un editorial de una revista médica on-line ( lo interesante que es “no hacer nada” durante las vacaciones. Es un consejo dirigido a médicos hiperocupados, pero que puede extrapolarse a todas las personas que necesitan vacaciones.

Muchas veces comento, quizá de forma algo superficial, que la sociedad de hoy en día premia dos cosas: la extraversión natural (o artificial o impostada) y también la hiperactividad. De lo segundo, todos estaríamos de acuerdo: estamos en una sociedad hiperactiva, se tiene que cumplir en el trabajo y estados conectados con el mismo a todas horas (gracias a estos ingenios que nos facilitan la vida pero también que nos la complican).

Pero además en nuestro escaso tiempo libre, en el ámbito social y en la vida privada también domina esa hiperactividad: hay que ir al gimnasio y si puede ser practicar otro deporte, hacer algún curso de idiomas más o menos exótico, cursar un postgrado (màster, les llaman) para ampliar nuestro curriculum, estar al día de toda la tecnología digital y responder inmediatamente al tamtam de esta selva cibernética (whatsapp), subir nuestras fotos cotidianas a Instagram, felicitar a nuestros amigos imaginarios de facebook, ir al yoga o  a practicar meditación para desestresarse, al masajista o al fisio para que nos “desanude” esas contracturas musculares que nos atormentan… y lógicamente relacionarnos con los nuestros (familia y amigos) y con los que no son tan nuestros, pero tenemos que quedar bien.

Y entonces llegan las vacaciones. Un período en el que lo lógico es que no se trabaje… digo lo lógico, pero hoy en día como muchas personas tienen móvil y ordenador de empresa, durante sus vacaciones reciben alguna información del trabajo. Y aquí, dependiendo del grado de implicación, de responsabilidad y también de asertividad del sujeto, se podrá desconectar en mayor o menor medida del medio laboral.

Pero al margen de esto, resulta que para muchos las vacaciones son un rosario de actividades: estar con la familia y atender a esos niños que apenas vemos durante el resto del año, pero también practicar bici (“antes de ir a la playa con la familia ruedo unos 20 kilómetros”), hacer excursiones para intentar almacenar toda la clorofila que podamos (y hacer fotos chulas, claro, para el voraz Instagram), llevar a nuestros estressados niños a que aprendan una nueva disciplina: vela, tenis, hípica, golf o danzas balinesas, lo que sea, y por fin las cenas con los amigos, bueno, algunas cenas con amigos y otras de compromiso.

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Es evidente que yo no soy nadie para aconsejar que es lo que las personas deben hacer en sus vacaciones. Pero me voy a dar la licencia y lo voy a hacer: repasemos nuestra agenda vacacional y pensemos ¿cuántas cosas las disfrutamos?, ¿cuántas son obligaciones hacia aquellos con quien realmente estamos obligados: nuestro marido, nuestra mujer, nuestros niños?, ¿cuántas son “porque es de buen tono” o «porque no tengo más remedio»?

Pues si: hay remedio: El aburrimiento. Aburrirse un poco en vacaciones es tremendamente sano ¿por qué? Pues porque los aburridos suelen observar, reflexionar, imaginar, ver (sin hacer fotos), oler, acariciar, bañarse por puro placer, pasear lentamente, mirar las estrellas y a su alrededor. Y leer, sobre todo leer. Mi consejo, ponga su smartphnone en “modo avión” y viaje al millón de mundos de las personas que han escrito para nosotros.

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FELICES (aburridas) VACACIONES

De lo primero, sobre el premio a la extraversión, escribiré otro día, cuando haya reflexionado un poquito más. Hoy empiezo mis vacaciones.