Mitomanía es una de las acepciones de la mentira patológica o pseudología fantástica, términos utilizadas para definir la conducta de las personas que mientes habitualmente y de manera compulsiva.

Según el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, “mentir” significa “inducir a error, fingir o aparentar”. Cuando hablamos de mentira, simulación o engaño lo asociamos automáticamente al mundo social construido por el ser humano. Sin embargo, en la naturaleza también existe la mentira, el engaño en el mundo animal se utiliza para obtener un beneficio y puede ser indispensable para sobrevivir, ya que la simulación puede evitar convertirse en presa. También tenemos sobrados ejemplos de “mentira” en el mundo vegetal.

El psiquiatra suizo Anton DelbrückAnton Delbrück a finales del siglo XIX escribió ampliamente sobre el fenómeno de la mentira en el ser humana. Este autor consideraba la mentira como una conducta frecuente en el hombre y estimaba que era un recurso eficiente para conseguir algo. Lo que llamaríamos mentira instrumental.

Pero a su vez, en 1891 utiliza por vez primera el término de MITOMANÍA o PSEUDOLOGÍA FANTÁSTICA para referirse a un tipo especial de mentira, o mejor dicho al tipo de falsedades que elaboran ciertos “mentirosos”.

La mitomanía es una condición que se caracteriza por la propia necesidad de mentir, esto es, el individuo que presenta esta condición tiene una necesidad de ir soltando mentirijillas (o simple y llanamente mentiras sin el diminutivo) sin pensar en las consecuencias, tanto si pudieran causar algún daño para otros o incluso para sí mismo. Al contrario, el mitómano experimenta gran placer en echar a volar la imaginación para ideas sus historias que pueden crecer arbóreamente alrededor de una semilla real.

Normalmente la causa estriba en un incesante deseo de satisfacer una autocomplacencia que con el continuado uso se “escapa de las manos” de nuestro mentiroso-mitómano y se convierte en una auténtica compulsión, convirtiéndose en básico para su vida y su estabilidad emocional.

En la pseudología fantástica o mitomanía puede existir además una intención de engañar o estafar, aunque habitualmente el fin verdadero es deformar la realidad para construir un relato personal más llamativo. Con ello, en un principio estas narraciones lograr su efecto, cautivando a quien le escucha por lo que se obtiene atención, respeto e incluso admiración. Por estos resultados se va manteniendo la conducta, pero también por el temor a ser descubierto.

Como es lógico, cuando se descubre a un mitómano y se sospecha o comprueba la naturaleza falsa de sus historias, el sujeto obtiene el efecto contrario al deseado, y sus amistades y conocidos tienden a rechazarle al sentirse engañados. Habitualmente su familia ya es sabedora de su tendencia a mentir, y dejan de tenerle en cuenta para tomar decisiones y no le prestan excesiva atención sobre aquello que cuenta (recordáis el cuento de Pinocho de Carlo Collodi, versión Disney):

mitomanía pinocho

En resumen, las características de la PSEUDOLOGÍA FANTÁSTICA o MITOMANÍA son:

  • Las historias no son totalmente improbables, a menudo existe algún atisbo de verdad y siempre suelen ser muy formuladas. Las historias del mitómano no son delirios ni manifestaciones de la psicosis. Si se le confronta con la realidad la persona puede llegar a admitir la falsedad de lo que cuenta, aunque de alguna forma lo justificará o camuflará.
  • Esta tendencia a la mentira es duradera. No está provocada por una situación inmediata ni por la presión social, sino que se trata de una característica de personalidad.
  • La causa última es totalmente interna es difícil de discernir desde la perspectiva clínica.
  • Las alambicadas historias contadas siempre presentarán al mentiroso de manera favorable.

La tristísima historia de JEAN-CLAUDE ROMAND.

Historia real, novela, película, pero de ninguna manera fue un cuento. 

En 1993, un ciudadano francés asesinó a toda su familia, esposa, hijos de corta edad y a sus padres, después prendió fuego a su casa e intentó suicidarse, ingiriendo barbitúricos. Fue rescatado por los bomberos.

Jean-Claude, nacido en 1954 había sido un estudiante ejemplar durante su adolescencia, era hijo único de un administrador forestal de la región de Jura. Se matriculó en la Facultad de Medicina, pero no aprobó el segundo curso. No se sabe por qué razón, posiblemente por vergüenza, a nadie comunicó este hecho y siguió asistiendo a las clases en la facultad simulando cursar lo que le hubiera correspondido, pero claro está, sin obtener el título. Finalmente les dijo a sus padres y a sus amigos que había completado su internado en París.

A los 26 años se casó con Florence, una joven farmacéutica y tuvieron dos hijos, vivían en un pueblo cercano a Suiza y Jean-Claude hizo creer a todo su entorno que trabajaba como investigador para la OMS, por lo que diariamente se desplazaba (o hacía ver) que se desplazaba hasta Ginebra. Sus ingresos provenían de estafas continuadas a su familia y allegados, haciéndoles creer que invertían en industrias rentables industrias farmacéuticas, dado que el, por ser empleado en el sector, disponía de “información privilegiada”.

Parece ser que cuando cometió los crímenes, su mujer estaba a punto de descubrir la verdad, ya que había agotado sus recursos económicos, y se sentía acorralado, hasta el punto de preferir acabar con todos (incluso con su perro) argumentando que “su familia no aceptaría la verdad”. Fue condenado a cadena perpetua en 1996. 

De esta macabra historia el escritor Emmanuel Carrère se valió para escribir su novela El adversario. Se han realizado tres adaptaciones cinematográficas, dos francesas L’emploi de temps (2001) de Laurent Cantet y L’Adversaire (2002) también dirigida por Nicole Garcia. La tercera fue una versión más libre, de producción española dirigida por Eduardo Cortés también en 2002, con el sobrecogedor título de “La vida de nadie”.

Felicidad, construida sobre una falsa vida

Felicidad, construida sobre una falsa vida.